Fue en Caracas en 1988 cuando conocí la internet, y nos decía el profesor que sería la redención humana y el borrador de las diferencias de toda clase, porque todos estaríamos en la posibilidad de hablar con quien quisiésemos en las antípodas de nuestro lugar y, que, por tanto, el conocimiento milenario y el más reciente descubrimiento estarían en las pantallas de nuestros computadores con un par de clics. No se equivocó, pero donde la peló fue en inflarnos la fe en un mundo globalizado que se humanizaría y se haría más amable, gracias a esa comunicación instantánea.

Siento que no ha sido así, que la multiplicación prodigiosa de la información nos tiene intoxicados, enfermos y está sacando lo peor de cada quien, en especial, en las redes sociales. Me parece una involución, por ejemplo, que se repitan declaraciones, panfletos, decálogos y comentarios en contra de la multiculturalidad y que las grandes potencias que durante siglos expoliaron y saquearon a los países en desarrollo, ahora le recuesten a los inmigrantes de esos mismos países toda sarta de bellaquerías, en unas generalizaciones de verdad espeluznantes, como afirmar que todo terrorismo es musulmán y que por ser musulmanes, aunque nacidos en distintos territorios geográficos, millones de personas buenas, generosas, apacibles y asertivas estén siendo maltratadas de forma inicua por funcionarios y hasta el vendedor de perros calientes de la esquina.

Para no ir tan lejos, hablemos de los venezolanos que están instalados entre nosotros y los muchos más que habrán de llegar, porque la mayoría lo hace con derecho legítimo como hijos de colombianos, o unidos a compatriotas, o con hijos nacionalizados en los consulados nuestros como tales. Ahora lee uno con demasiada frecuencia que la inseguridad proviene de ellos, que son “venecos” los ladrones, asaltantes, raponeros, estafadores y demás miembros de la ralea de la sociedad. Como si aquí nunca hubiésemos vivido tales circunstancias, como si estuviéramos perdiendo una característica de paz única.

¡Mentira! Ganas de usarlos como chivo expiatorio del desmadre de la seguridad que existe hace muchos años y han venido enrostrando los alcaldes a la Policía. Con una salvedad: los 5 millones de colombianos que se fueron a Venezuela durante décadas, la mayoría eran analfabetos, campesinos que iban en busca de oficios domésticos que los vecinos ricos no querían hacer. Mientras que parte el alma aquí, ver ingenieros, arquitectos, médicos, odontólogos y muchos otros profesionales venezolanos trabajando lavando carros, sirviendo mesas en cafeterías, arreando bultos.

Son dos fuerzas migratorias diferentes, pero el poder del mensaje virtual engrandecido por los medios tradicionales convence e impone la posverdad. Vieja como el hombre pero florecida en el siglo de la globalización para realizar el gran salto hacia atrás, y al paso que vamos las Cruzadas nos parecerán paseos recreativos, apenas lo adecuado: arrasar con el diferente.

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