Estuve muy pendiente de leer completos los mensajes del papa Francisco más que de ver las multitudinarias ceremonias donde se pronunció, siempre en misión pastoral pero poniendo el dedo en las llagas que corroen al país y que este periódico resumió en la primera página del viernes: “la injusticia e inequidad social, el irrespeto por la vida, la sed de venganza y el odio, y la falta de sensibilidad ante el dolor de las víctimas”. Emociones negativas que fueron expuestas ante lo que llamaría los altos mandos de la sociedad completa, porque cuando se dirigió a los jóvenes en la Plaza de Bolívar fue un revolucionario, reafirmándoles que no se dejen robar la alegría ni la esperanza porque serán ellos quienes devuelvan al país al camino del amor y la concordia.

El discurso más contundente fue el pronunciado en la plaza de Armas de la Casa de Nariño ante los cacaos públicos y privados, usando textos del discurso de García Márquez cuando recibió el Premio Nobel, recordándoles la desigualdad como origen de la guerra y la desesperanza de quienes nada tienen, pero subrayó que como pueblo los colombianos merecemos una segunda oportunidad sobre la tierra, porque la guerra no ha podido vencer a la vida.

Además, su manera de vestirse con una simplicidad pasmosa sin ningún ornamento diferente a la cruz metálica sobre su pecho, contrastaba con los perendengues del señor cardenal y los obispos, todos adornados. Y esa forma exterior, sin duda, a propósito, refuerza su exigencia de que cardenales, obispos y sacerdotes son exclusivamente pastores y no deben inmiscuirse en política ni caer en la tentación de la zona de confort y lanzarse a la calle a cumplir su misión evangelizadora y a practicar la compasión con los que sufren; porque digan lo que digan las estadísticas gubernamentales “alentadoras”, en Colombia son una mayoría aplastante caída en una brecha que se profundiza cada día más.

Me admira la capacidad de comunicarse, como un verdadero coach de bienestar y fe, y entrar en el espacio mente-espíritu de las audiencias, y lo logra porque es auténtico y no tiene pretensión de ser idolatrado, ni permite ser considerado un iluminado al rechazar, con dulzura pero con firmeza, toda fórmula de hacerlo superior o especial. Francisco es un hombre sencillo, no ha perdido el polo a tierra con el papado, mantiene su forma tradicional de vida y es un ser que vibra de alegría ante el regalo diario de despertar cada mañana.

Como él lo sigue pidiendo, no nos dejemos robar la esperanza de llegar a tener un país sano, donde el valor del ser humano y sus derechos, tanto como la protección de la naturaleza, sean primordiales para quienes nos gobiernen, y esa es nuestra gran tarea para 2018, saber elegir y acabar con la fuente de la corrupción y el atraco a nuestro erario, votando a personas probas y enseñar al pueblo a desechar la infame compra del voto. Eso es lo que tenemos que lograr en esta campaña electoral.

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