Después del atentado que puso en peligro la vida de Juan Pablo II, la guardia suiza encargada de su seguridad emprendió un examen minucioso del esquema de protección del pontífice, y entre las conclusiones a las que llegaron hubo una que se formuló con medias palabras y casi en susurros: había que proteger al Papa a pesar de él mismo.

Todos los papas parecen convencidos de que cuentan con una cierta y sobrenatural invulnerabilidad: la que les otorga la providencia divina, o su representación más conocida: la de los ángeles de la guarda.

Recuerdo el rostro impasible de Antonio Spadaro, el jesuita que le habla al oído a Francisco, cuando le pregunté durante un almuerzo en Bogotá sobre el tiempo corto que le queda al Papa para adelantar la compleja e indispensable reforma de la Iglesia: ¿alcanzará?, le dije. Y él, inconmovible: “Solo Dios lo sabe. Es una historia en que el factor Dios cuenta”.

Con lógica más pedestre los guardas del Papa se aplicaron, en los días previos a su visita a Colombia, a un meticuloso estudio de prevención de los riesgos que puede correr un Papa en sus recorridos por cuatro ciudades colombianas.

Pero sus medidas de protección llegan hasta donde Francisco quiera. En el viaje a la República Centroafricana hubo conmoción ante su obstinado empeño de visitar una iglesia donde por esos días había sido fusilado un grupo de cristianos. El empeño del Papa solo cedió cuando el nuncio, personalmente, le certificó: “Es muy peligroso”.

Esas precauciones en ocasiones han arrojado sorpresas como la que recuerdan los que tuvieron a su cargo la seguridad de Juan Pablo II en su viaje a Grecia. Lo recuerda John L. Allen, un curtido reportero de los viajes papales. Un hombre de astrosa apariencia se las arregló para acercarse al Papa hasta quedar a poco más de un metro de distancia. Los guardas que lo habían seguido discretamente lo detuvieron y requisaron con escrupuloso cuidado y encontraron que el hombre solo quería entregarle propria manu una estampita al pontífice. Cuando el Papa se enteró pidió que se lo llevaran, le recibió la estampa y lo abrazó.

Este y otros episodios se han recordado cuando el Estado Islámico ha anunciado que llegará a Roma y que el Papa, ese gran infiel, está entre sus objetivos. El comandante de la guardia suiza reaccionó con frialdad: para esa y para otras eventualidades parecidas, estamos preparados, dijo.

Como sus predecesores, Francisco no parece darle importancia a la amenaza. También él cree que hay una protección divina que garantiza su seguridad, contrario a lo que piensa la guardia suiza mientras entrena y engrasa sus armas. Y por si acaso, uno los ve trotando durante los recorridos del papamóvil, con las armas discretamente preparadas, sus celulares encendidos y sus ojos alerta, como corresponde a cualquier ángel de la guarda que se respete.

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