Recuerdo un chiste clásico de mi niñez que contaban con gracia los primos y mi mamá, cuando asistíamos a unos deliciosos baños en ríos y canales de riego que atravesaban las fincas en la zona bananera y terminaban con monumentales sancochos servidos sobre hojas de plátano extendidas en el piso, donde veíamos las carnes y la bitualla rodar en catarata sin que se salieran del camino verde bien cerrado, justo al lado de una olla inmensa donde quedaba el caldo poderoso que nos servían en totumas. Contaban que en una de estas pantagruélicas celebraciones hubo un invitado que se dedicó de lleno y sin recato a devorar las carnes y el anfitrión le decía, “como ñame usted” y el desgraciado glotón respondía mientras trinchaba otra presa “Francisco Antonio, para servirlo a usted”.

Hasta esa lejana niñez me transportaron los ‘yutubers’ de El Carmen de Bolívar, parados detrás de una pila de ñame, ofreciendo sus 400 hectáreas del tubérculo en plena producción que amenaza con perderse si no se les ayuda a sacarla a los mercados grandes. Y como ellos hay cientos de campesinos en todo el territorio nacional que ven podrirse sus frutas y vegetales a la orilla de caminos infames, adonde entran apenas los reducidores o intermediarios de los intermediarios, porque llegan a ser siete cambios de mano antes de que esos productos alcancen los centros de consumo. ¿Cuánto cree usted que ganan esos productores? Una porquería. Hoy es el ñame de El Carmen de Bolívar y detrás vienen los aguacates de allí mismo, pero no hay sino que leer la prensa para constatar que en este país de la agroindustria, las Zidres y las carreteras 4G que nos quieren mostrar como en pleno despegue del subdesarrollo y modelo para Latinoamérica, los que trabajan la tierra siguen siendo vasallos, siervos de las sanguijuelas, sin esperanza de convertirse en pequeños empresarios independientes.

Y a esto se le suma la muerte continua de los defensores de sus derechos humanos y la recuperación de tierras que les fueron arrebatadas a sangre y fuego, y ahora resulta que fueron adquiridas con buena voluntad en total ignorancia de la forma horrenda como fueron desplazados, quienes tuvieron suerte y no quedaron enterrados o desaparecidos para siempre. Y al regresar y recuperarlas, ahí los vemos, con la cosecha encima pidiendo negociar, voces que surgen de todos los rincones ofreciendo su producido porque no están pidiendo limosna, pero el Estado, una vez más, ausente. ¡Y a esto le llaman democracia! No, damas y caballeros, democracia es participación, igualdad de oportunidades, posibilidades de ser y de crecer sin necesidad de haber nacido en estratos altos, donde cada quien por su esfuerzo alcance las metas que se fija porque hay una pista para que todos corramos por ella, cada quien con sus habilidades y capacidades, y, eso, aquí nunca ha existido, no nos digamos mentiras.

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