Apenas hace casi un año, enfrentados en el plebiscito sobre los Acuerdos de La Habana, quedaron conformados dos bloques políticos: uno de centro-izquierda que pugnaba por el desarrollo e implementación de las reformas requeridas, y otro que se oponía a las mismas, y defendía el statu quo. Hoy, asistimos a un fenomeno de crisis total de los partidos políticos, con la excepción del Centro Democrático, la Alianza Verde y el Polo, junto al nuevo partido de las Farc. El bloque del régimen en el poder se ha fragmentado en forma impresionante, revelando que en nuestro país los partidos se están disolviendo al recurrir la mayoría de los candidatos a las consabidas firmas. Con 27 aspirantes a la Presidencia nos podemos imaginar la confusión de los ciudadanos. A la mayoría de los candidatos, después de pasar décadas en sus partidos, de los cuales gozaron las mieles del poder, ahora resulta que no les sirven, y se lanzan a las calles a recoger firmas. Este mecanismo es válido para candidatos de movimientos de ciudadanos, pero en los provenientes de los partidos del régimen huele a la clásica demagogia frente a los ingenuos ciudadanos. Para muchos de ellos el nombre de su movimiento es el de un individuo, reflejando la crisis a la que hemos llegado. La política en Colombia aparece como un ejercicio de egos, y no de ideas y programas, donde todos se creen salvadores de la dura situación que afrontamos. Los partidos, con su clientelismo en todos los frentes y la corrupción que nos abruma, han desatado la desconfianza de los ciudadanos. Como nadie cree en partidos, pues la estrategia es la de elegir individuos excepcionales que nos salvarán de estos entuertos.
En las sociedades desarrolladas observamos que el ejercicio de la política supone partidos organizados, en dos, tres o cuatro, que se disputan el poder. Los ciudadanos votan por sus listas. Acá, el voto preferente introduce el desorden y vuelve la política un asunto de ambiciones personales. Pero el fenómeno ha estallado hasta en las presidenciales venideras. Colombia se muestra como una sociedad fragmentada en lo político, individualista y caótica. El lema parece ser: “Como no puedo asegurar mi candidatura en mi partido me salgo a buscar firmas”.

En el fondo el problema de Colombia es institucional, es decir, de una incapacidad de aceptar las reglas del juego a cualquier nivel. Ya Emile Durkheim, sociólogo francés, señalaba que las sociedades premodernas se cohesionaban mediante la solidaridad mecánica. Es decir, una fuerza superior proveniente del Estado, la Iglesia u otra autoridad. En la sociedad moderna la solidaridad es orgánica, nace de una base industrial moderna, donde los procesos productivos nos disciplinan en la cooperación y las relaciones mutuas. Como bien lo señalaba un visitante israelí que tuvimos por seis meses viviendo en el país: “Colombia sufre de una grave falta de solidaridad que provoca y amplifica directamente la corrupción” (revista Semana- Sept 10/17). En esta sociedad nuestra, con la mitad de la fuerza de trabajo en la informalidad, a los colombianos nos hunde la falta de solidaridad mutua frente a los problemas graves, acá impera el sálvese quien pueda, con su candidato personal, ‘mejor’ que los demás. Partidos y sociedad, atomizados.