Los principios morales, el temor a Dios, la compulsión de cumplir determinados preceptos y el rechazo al pecado son algunas circunstancias de la vida que pudieron haber sido instaladas en una edad permeable de la infancia, en zonas profundas de la mente. Con el tiempo, a fuerza de repetir y recordar en forma continua estos principios, temores y preceptos la profundidad resulta cada vez mayor.
Ahora bien, en estado de hipnosis es casi imposible que una orden o inducción impartida al sujeto, en el sentido de realizar un acto delictivo contrario a determinado principio básico, pueda ser obedecida por este.
No sucede así cuando la orden en estado de sueño profundo alcanza niveles de mayor profundidad que un precepto social, como el que teme desnudarse delante de otras personas.
La orden del hipnólogo alcanza mayor profundidad en la infraconciencia, neutraliza la acción del temor social y adquiere la fuerza de la compulsión, haciendo que el sujeto se desnude sin ninguna resistencia.
Sin embargo, los hipnotistas que leyeron la letra chiquita aprendieron muy pronto a utilizar la hipnosis con fines satánicos. Encontraron la forma de conducir a un sujeto por la senda delictiva, abrieron la puerta falsa del engaño, como cuando se le entrega un arma de fuego y se acondiciona su voluntad haciéndole creer que solo es una manguera de regar y que deberá presionar fuertemente –frente a la víctima–.
En esas circunstancias el hipnotizado comete el delito de asesinato sin tener conciencia del hecho. En otras palabras, ha sido utilizado como instrumento de otra voluntad, por lo cual podría ser absuelto.
La hipnosis está siendo utilizada en los Estados Unidos con sorprendente éxito por la Policía, en la obtención de datos que una persona pueda contener en el banco del subconsciente, mientras su mente consciente o memoria objetiva ha olvidado los datos pedidos, datos que podrían ser pistas clave en una investigación, tales como las placas de un vehículo, el rostro de un asesino, una ruta, un color, una habitación, un ruido ambiental.
En estado de hipnosis profunda, trance o rapor, un sujeto puede bombear de los estratos horizontales de la subconsciencia las señales que puedan conducir al éxito de una investigación.
Yo he practicado la hipnosis desde hace varios años con fines terapéuticos –siempre ante testigos– obteniendo magníficos resultados en casos de neurosis, tales como fobias, complejos, manías y aversiones diversas.
Lo mismo en afecciones sicosomáticas, algunas sico-cutáneas, como psoriasis, alopethia areata, dermatosis seborreica, vitíligo, acné, verruga vulgaris, migrañas, cefaleas crónicas, alcoholismo, drogadicción y tabaco.
Utilizada en el deporte, los hipnólogos norteamericanos han obtenido excelentes respuestas, pero en nuestro medio aún subsiste un injustificado tabú de temor que ha dificultado las buenas intenciones de este columnista para ayudar a nuestros futbolistas y boxeadores.
Y en odontología y cirugía ha suplido algunas veces con éxito la anestesia.