Ya quisiera yo que el título correspondiera a aquella famosa película cómica de comienzos de los 60, con el mismo título, dirigida por Stanley Kramer, que trata de una carrera de carros y camiones por una autopista del desierto californiano, llena de acciones comiquísimas que suceden mientras van tras la pista de un botín que está enterrado bajo unas palmeras. O, quizás, la canción Mad World interpretada por la banda británica Tears for Fears. Pero es solo una fantasía de mi parte, negadora de la realidad de las noticias; la locura continúa en el desierto estadounidense, en este caso en el Estado de Nevada, donde fue creada de la nada la ciudad de Las Vegas. En ella, un ciudadano norteamericano monta un arsenal de guerra en un hotel y acribilla a cientos de personas, paisanos suyos que asistían a un concierto.

Por supuesto, comenzaron las especulaciones sobre las razones de la masacre, desde culpar al Estado Islámico hasta aducir razones psiquiátricas sin tener ninguna comprobación de ellas. Parece que es lo inmediato que se le ocurre a los informadores de las chivas, lo cual refuerza, sin querer queriendo, las concepciones que se tienen sobre este tipo de masacres. El ciudadano estadounidense Stephen Paddock, autor de los asesinatos en esta ocasión, no ha dado una mínima muestra de tener una motivación especial para el horror, pero hay ciertos detalles que ponen a pensar.

En un país como los Estados Unidos en el que venden armas en cualquier supermercado autorizado con solo mostrar la cédula –lo cual se constituye en un tremendo negocio, porque la paranoia es superlativa y es más importante tener un arma para defenderse que comprar un televisor–, no resulta extraño que un solo individuo tenga muchas armas; de hecho, la norma en una gran parte del país es tener un arma corta y una larga, así sea una ametralladora. Después que muestre la cédula, la puede comprar.

Me viene a la mente una escena del documental de Michel Moore sobre los atentados a las Torres Gemelas de Nueva York, en el momento en que atraviesa a Canadá y entrevista a unos ciudadanos de ese país, quienes se burlaban de la locura gringa con respecto a las armas. En el mismo documental intenta entrevistar a Charlton Heston, actor, y quien es un defensor de la tenencia de armas en los hogares gringos; pero este evade las respuestas.

Luego va uno entendiendo que es toda una cultura del “armamentismo ciudadano”, si se permite la expresión, algo que va calando en el espíritu colectivo hasta convertirlo en una creencia y en una necesidad.

Por tanto, ¿es el ciudadano Paddock un agente del Estado Islámico, un paciente con un trastorno psiquiátrico, o una víctima más de una sociedad mundial que le ha rendido culto a la violencia como negocio o como reivindicación de cualquier cosa y que ahora no sabe cómo manejar el monstruo que ha creado?

Polémica abierta.

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