En el siglo 21, cuando la ciencia descubre lo impensable, como “los mecanismos moleculares que controlan el ritmo circadiano”, el hambre sigue acechando a América Latina y en particular al Caribe. Los ritmos circadianos son los que adaptan la fisiología de una persona a las diferentes fases del día, y un grupo de médicos encontró los mecanismos que controlan esos ritmos. Con ese hallazgo, calificado de extraordinario por la comunidad internacional, tres científicos gringos acaban de ganar el Nobel de Medicina. Sin embargo, en otra parte del mundo, no muy lejos de la superalimentada nación que es Estados Unidos, un niño se acuesta por la noche sin haberse llevado un pan a la boca, y al día siguiente la falta de alimento es un impedimento para ir a la escuela, es decir, una negativa contribución a la falta de educación, principal obstáculo del desarrollo.

Aquí, en esta Latinoamérica rica en fértiles campos, el número de habitantes subalimentados equivale a un país completo. Los números no provienen de cualquiera, lo dice la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, FAO, la máxima autoridad mundial en estudios sobre este tema. La cifra del hambre no es alentadora, y si se compara con los engreídos discursos de muchos gobiernos latinoamericanos cuando muestran un PIB reluciente, produce rabia y risa. Muestran datos de logros en algunos aspectos, pero no enseñan a la opinión pública que la subalimentación aumentó entre 2015 y 2016 en casi dos millones y medio de personas. Y el total de quienes sufren el flagelo del hambre desde México hasta la Patagonia, pasando por Colombia, son casi 43 millones, como lo señala el voluminoso estudio de este año de la entidad encargada de la seguridad alimentaria y nutrición en el mundo.

Latinoamérica tiene 636 millones de habitantes, y mientras los países crecen y la tecnología avanza, casi 7% de la población no come. Insistimos en recalcar sobre este vergonzoso contraste porque no tiene presentación alguna que el denominado progreso vaya en una vía y el hambre en otra, y no precisamente en sentido contrario. Es decir: ambas crecen de manera proporcional. En Sudamérica el hambre creció 0,6% en un año. Y ahora está en 5,6%. Una de las causas de esta situación puede ser la desaceleración económica por el bajón en los precios de los commodities que comercializan los países de la región. Otro elemento analizado es el de los conflictos armados de larga extensión, como ocurrió en Colombia con las Farc.

Pero hay más contrastes, como este de ironía: al lado del hambre, en América Latina y el Caribe sube la obesidad, de manera especial entre menores de cinco años. Es decir, la gente muere de hambre y de sobrepeso. La próxima semana en Roma, la FAO presentará una nueva edición del informe anual sobre la alimentación y la agricultura en el mundo, y no hay mucha esperanza en el mejoramiento de las cifras.

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