Sus críticos lo acusaron de decadente e impúdico por promocionar un estilo de vida lujoso y vulgar. Por dedicarse al hedonismo y al amor comprado, sin ningún respeto por las mujeres que seducía.

Hugh Hefner llegó, sin embargo, a vender 7 millones de ejemplares mensuales de su revista Playboy, y construyó con ella un imperio de entretenimiento y placer, que le convirtió en uno de los hombres más envidiados del mundo.

Hefner cambió, sin duda, la manera de pensar de sus contemporáneos con respecto a la vida sexual y amorosa. Y le dejó al mundo miles de revistas Playboy, llenas de erotismo, humor y literatura.

Con su conducta y los contenidos de su publicación, Hefner rechazó el puritanismo anglosajón y la doble moral religiosa que sufrió con sus padres.

Hefner se hizo multimillonario y llegó a vivir con ocho novias jóvenes en su mansión de estilo victoriano, que hacía multitudinarias fiestas y, en sus buenos tiempos, tuvo un jet privado con un montón de camas y una discoteca a bordo.

A Hefner le gustaba comentar que para conquistar a una mujer solo tenía que musitar, al mejor estilo de James Bond, “My name is Hefner. Hugh Hefner”. Y la muchacha caía rendida en sus brazos.

Su mito es parte de su legado. En alguna ocasión calculó haber hecho el amor a más de 1.000 mujeres.

Cuando tenía 75 años dijo que tenía sexo cuatro o cinco veces por semana. Entonces varias ‘conejitas’ bromearon diciendo que si Hefner hubiera sido un conejo, sería el conejo de Duracell, “porque nos deja a todas agotadas”.

“El sexo es la mayor fuerza de la vida –decía él–. El poder más grande. Diversión, amor, relajación, reproducción. El mundo sigue girando, gracias a él”.

Hefner no utilizaba preservativos y sostenía que todas sus chicas se habían hecho la prueba del sida. Como amante, dijo haber acumulado un montón de práctica, pero lo más importante para él era haber formado su propia sensibilidad, “hasta lograr sentir casi como una mujer…”.

A mediados de los 80, cuando sufrió un ataque al corazón, reconoció haber caído en una vida de excesos. “Tú sabes, varias novias por varios años. Cuando terminaba una relación, buscaba más de lo mismo”. Tuvo siete mujeres al mismo tiempo, siete en simultánea sobre la cama. Con el tiempo concluyó que tres y no un centenar era el número perfecto. Aclaró que las fiestas eran otra cosa.

Para Hefner, la represiva sociedad norteamericana pensó demasiado en el sexo pero siempre lo hizo muy mal. Él defendió en vida las libertades individuales y apoyó a líderes afroamericanos y pacifistas. Su hija abrió en Chicago un instituto para atender a personas con sida y fundó el Hugh M. Hefner First Amendment Award, con el que se premia a los defensores de la primera enmienda estadounidense, esa que protege las libertades de culto y expresión, tanto como el derecho que tiene el pueblo de reunirse en forma pacífica.

Hugh Hefner no quería que su legado al mundo fuera la imagen del hombre que vivía feliz sobre una cama con un montón de chicas rubias. Quería dejar la imagen de la persona que pudo crear algo en lo que realmente creyó. El tiempo, si tiempo tenemos, nos dirá si lo logró.