Solicito permiso y pido de antemano excusas a los especialistas y científicos por la teoría que me permito exponer a continuación, que se compone de dos principios simples: envejecer no es un himno de alegría y si llegamos a edades como los noventa, se debe exclusivamente a la industria farmacéutica que no ceja en su empeño de seguir ganando fortunas a costas de nuestra vanidad y la gran mentira de que la especie humana ha logrado evolucionar y ampliar su tiempo de vida.
Creo que hay otras especies que sí han hecho grandes avances y alcanzan transformaciones sorprendentes para sobrevivir, pero no es nuestro caso dado que desde hace varias centurias disponemos de un mínimo clave necesario para multiplicarnos, el resto, esto de sobrepasar los cincuenta y cinco años se debe en gran medida a los grandes descubrimientos e inventos de laboratorio para mantenernos en esta existencia, luchando con denuedo contra la gravedad implacable que tira de nuestra piel hasta volverla pellejo fofo y colgante por más ejercicios y cuidados que le hayamos proporcionado: todo se cae como la manzana de Newton.
Por supuesto que aplaudo y respeto muchísimo esos avances, cómo no hacerlo, pero no me trago el cuento de la evolución y mejoría del ADN en cuanto a la duración de la especie: sí lo veo en que somos más altos y hemos cambiado fisonomía según la geografía, pero nadie me convence de que no es cierto que una vez cruzamos la barrera de los cincuenta, como los carros de 10 años, comenzamos a pistonear, a pasar aceite, se nos van los frenos. Me atrevo a hablar de obsolescencia programada como la tienen todos los objetos que creamos, y no lo veo como una falta contra las creencias religiosas ni espirituales de cualquier tipo. Lejos de mi intención ofender a alguien en temas tan delicados y personales como esos.
Lo cierto es que cada vez que converso con mis amigos mayores, ochenteros llenos de deficiencias, confirmo mi teoría y adhiero a sus quejas: ¿crees que es amable estas condiciones miserables de vida? Frente a ellos, con mis “apenas” 67, no puedo más que claudicar, porque si se me diera por describir achaques, tendría que pedir un “pase la página…”. Y no son grandes ni graves problemas, son simple y llanamente el producto del desgaste natural y eso que algún joven expresó para alegrar a los viejos “la arruga es bella”. ¡Vaya con la ideita! Desde luego que uno trata de envejecer con dignidad sin querer obviar lo inocultable, porque entre otras cosas nada más ridículo que pretender borrar el paso de los años más allá de lo elegante, para terminar convertidos en máscaras tensas sin ninguna lozanía. Pero, no deja de ser tenaz mirarse en el espejo y comparar el reflejo con aquel que traemos en la retina de cuando la vejez no nos había molido. Sí, existe el amor, la satisfacción por los logros y la capacidad de regocijo con el universo, pero no me digan que envejecer es un paseo y que se disfruta, ni siquiera con el bolsillo rebosante de dólares.
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