En estos días me escribió la presidenta del Colegio de Psicólogos de Colombia para informarme que próximamente me sería entregado el Premio Nacional de Psicología. Recibí la noticia con agradecimiento, pero también con inquietudes respecto al desarrollo científico colombiano.

No hay una actividad más silenciosa que la investigación científica. En Colombia los investigadores de la ciencia laboramos ante la indiferencia del Estado y de la sociedad toda.

Gracias a la ciencia, los colombianos de hoy viven 30 años más que los que nacieron a comienzos del siglo XX, y un niño que nazca hoy viviría más de 100 años. En estos días de la huelga en Avianca, es bueno recordar que los aviones no vuelan gracias al piloto ni al empresario Germán Efromovich, sino porque científicos gastaron gran parte de su vida en inventar esos aparatos que vuelan, y que hoy son operados por la aviación comercial.

Si usted examina su vida, se podrá dar cuenta que casi todo lo bueno de ella se lo ha proporcionado el conocimiento científico. Desde el simple medicamento que le quita el dolor y la enfermedad, pasando por la calidad de los alimentos que consume, la luz que ilumina su hogar, el vehículo en que se desplaza, hasta la probabilidad de que usted todavía esté con vida gracias a la ciencia y la tecnología.

Aunque el científico encuentra el goce en su permanente curiosidad y en la idea fija de que todo puede ser mejor, el reconocimiento a su trabajo es mínimo. Estoy seguro de que el gran neurofisiólogo colombiano Rodolfo Llinás, que ha estado muy cerca de recibir el Nobel de Medicina por sus estudios sobre el cerebro, podría sentarse tranquilamente en un café de un centro comercial de Barranquilla y nadie le pediría un autógrafo, nadie lo reconocería.

La semana pasada nos visitó Gianluca Vacchi, un hombre de edad madura que vive como un adolescente tardío, que lleva una vida de lujos, y exnovio de una de las jóvenes más lindas del mundo. Este hombre que se las goza todas, que da la impresión de que ha trabajado muy poco, tiene ocho millones de seguidores en las redes sociales que lo admiran y lo envidian. Paradójicamente, su “éxito” es gracias a las redes sociales que fueron inventadas por científicos casi anónimos.

Estoy consciente de que la moda hoy no es pensar, sino sentir. Aquel que sea capaz de despertarnos sensaciones, como un futbolista o un cantante popular, tendrá el mayor reconocimiento. No es malo sentir, pero es pésimo no pensar. Una sociedad que no construye ciencia no piensa.

Aunque la ciencia no es la solución para todo, no podemos dejar de comparar casos como el de Corea del Sur, que hace 60 años era un país en guerra y empobrecido. Gracias a la ciencia y la tecnología hoy es una de las economías más sólidas e innovadoras, con el mejor sistema educativo del mundo y con los más altos índices de calidad de vida de sus habitantes.

Corea, teniendo casi el mismo número de habitantes que Colombia, invierte sesenta veces más que nuestro país en ciencia y tecnología, y ahí están los resultados. Mientras tanto, celebremos la venida de semejante personaje. Pan y circo es lo que nos gusta.

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