Algunos lo definen como el Día de la Raza; otros, como el Día de la Hispanidad; los de más allá, el Inicio de un Nuevo Continente. A mí no me satisface ninguno de esos títulos porque ninguno describe lo que realmente significó la llegada del almirante Colón y sus secuaces, ni el trauma que significó para los pueblos mesoamericanos y sus culturas, la barbarie impuesta por un puñado de una soldadesca improvisada con crápulas, asesinos, aventureros y hasta locos, ambiciosos de oro y especias, acompañados de otros que traían la cruz en el máximo grado de fanatismo religioso que buscaban almas para convertirlas a su creencia o aniquilarlas en caso de no aceptación de su fe.
Entonces, ¿qué es lo que celebramos? Para comenzar, deberíamos llamar a esta fecha una conmemoración luctuosa de la destrucción, a tierra arrasada, de unas culturas muy desarrolladas espiritualmente y dueñas de una sabiduría sobre el universo que todavía hoy no se ha logrado descifrar. Si pensamos en el cultivo de la tierra, las terrazas que todavía subsisten en algunas zonas y no han sido reemplazadas por mejores formas y los canales de conducción de agua, tanto como los larguísimos caminos empedrados que unían imperios que convivían, pero también se enfrentaban por el dominio (humanos al fin y al cabo), nos informan de su desarrollo. Es una lástima que hayan destruido sus códices en piedra, sus estelas, donde con escritura propia de cada etnia se narraba la historia del mundo y el conocimiento específico de cada una de ellas.
A mí me da vergüenza y siento un gran disgusto cuando veo a nuestras autoridades depositar ofrendas frente a estatuas de Colón –las arrasaría todas– y llenarse la boca con discursos del Nuevo Mundo, cuando solo somos los herederos de una trietnia dolorosa impuesta por la supremacía blanca que, no bastándole aniquilar a los nativos, se fueron a secuestrar y esclavizar a los africanos para traerlos a reemplazar a los exterminados, unas veces con pólvora y sable, y otras con la inmundicia de las enfermedades que portaban y eran inexistentes en este continente.
La verdadera redención de esa masacre vendrá cuando algún corajudo presidente diga, ¡basta ya!, en adelante el 12 de octubre será la conmemoración de los indígenas y las negritudes, reemplazaremos las estatuas de los invasores por las de nuestros valerosos antecesores. En los Estados Unidos, varias ciudades le han cambiado el nombre al “Día de Colón” que no fue sino el inicio de violaciones, genocidio y expolio de las riquezas del subsuelo de un continente en nombre de un reino que ya había aplastado y enviado a la diáspora a los judíos: el nombre elegido es el Día de los Indígenas; más justo y para celebrar a nuestros hermanos mayores, a los poquitos que van quedando esparcidos en nuestra geografía, hoy tan perseguidos y aplastados como lo fueron en el siglo XVI, pero erguidos en resistencia civil, que es lo que nos corresponde defender.
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