Aunque resulte paradójico, y a ciertos sectores de la población les parezca un “Acuerdo chimbo”, es muy significativo que hoy el término blindaje esté siendo utilizado en torno a la paz, y no como años atrás en torno a las múltiples amenazas que atemorizaban a los ciudadanos. Blindada, se dijo que la paz quedó jurídicamente blindada por la decisión de los magistrados de la Corte Constitucional de avalar en su totalidad el controvertido acto legislativo 02 de 2017; según eso, durante los próximos 12 años los acuerdos de La Habana no podrán ser modificados en los puntos esenciales concertados entre el Gobierno y las Farc. Este blindaje –que entre tantas embarradas comienza a configurar una imagen más coherente de Colombia– pone coto a numerosas y peligrosas interpretaciones que han surgido en torno a la aprobación de la Ley Estatutaria de la JEP, algunas de sospechosa viabilidad jurídica pero fortalecidas al calor de las pasiones.

Por supuesto, es solo un peldaño más. Habría que seguir avanzando, trabajando y ajustando con escrupulosa minuciosidad y mesura, en medio de las ambiciosas exigencias de la izquierda y las mezquindades extremistas de la derecha, en el camino plagado de corrupción –que comienza a develar el monstruoso aparataje subyacente en la anarquía del conflicto– de la que se ha lucrado la clase política colombiana asistida por una sociedad en la que todo se vale, y que hace gala de su ignorancia al escoger a sus dirigentes.

Uno de los factores que más inciden en la falta de consenso en torno a la JEP es el convencimiento de que la razón es una dote personal e inmodificable. “La gente se convence de que sus fines son tan nobles que justifican el empleo de medios muy arbitrarios: paramilitarismo, desapariciones, etc.” dijo Antanas Mockus en reciente entrevista, refiriéndose a la inclinación existente en Latinoamérica de creer que “el único honrado soy yo”, y a la tendencia de los colombianos a concebirse a sí mismos como sujetos morales, en tanto se desconoce al otro como tal. Frente a los argumentos con que se rebate la consolidación del proceso de paz, por cuanto su implementación está en manos de un gobierno corrupto, y teniendo en cuenta que las inmundas cabezas de la Hidra colombiana han brotado de todos los sectores del espectro político que gobernó en el pasado y que son los mismos que se disputan el poder hacia el futuro, todo intento por concluirlo exitosamente parecería una entelequia; sobre todo en estos tiempos preelectorales. Porque, si bien es casi un desvarío encontrar un Hércules criollo capaz de cortarle las cabezas al engendro de la corrupción, yo creería que lo es aún más poder actuar como una sociedad que, a la manera de su sobrino Yolao, se apreste a cauterizar las pestilentes protuberancias donde ellas se regeneran. Y es ese estado de confusión que se traduce en posturas radicales e inflexibles el que distingue al elector más codiciado.

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