En materia de los acuerdos de paz con las Farc, el gobierno Santos literalmente mató el tigre y se asustó con el cuero. Tras varios años de negociación, una reelección sufrida, una oposición implacable, una derrota en un plebiscito, un Nobel de Paz y una opinión pública escéptica, el primer mandatario consiguió en noviembre pasado que la guerrilla más antigua del continente firmara su paso a la vida civil.

Casi un año más tarde, la implementación de los acuerdos está empantanada y sufre críticas duras por todos los flancos. Según la más reciente encuesta Gallup, el 58 por ciento de los colombianos piensa que la materialización de la paz con las Farc va por mal camino, mientras que solo el 36,5 por ciento cree que el gobierno cumplirá lo pactado.

La crisis de confianza que el electorado sostuvo durante todas las negociaciones con las Farc se trasladó ahora a la fase de implementación.

Así como la mesa de conversaciones en La Habana tenía como dueño al presidente Santos, nadie gobierna hoy la etapa del posconflicto. Muchos altos funcionarios cuentan hoy con ‘parcelas’ de la implementación que no avanzan a la velocidad necesaria: Rafael Pardo como alto consejero presidencial para el posconflicto; el ministro del Interior, Guillermo Rivera, para las leyes a aprobar vía fast track; el vicepresidente, Óscar Naranjo; comisionado de Paz, Rodrigo Rivera; el ministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas, con la plata; los comandantes de la Fuerza Pública y los directores de varias agencias territoriales.

A las limitaciones de este aparato institucional se suma el bajo respaldo político. La tibia recepción de la aspiración presidencial del ex jefe negociador y arquitecto del acuerdo, Humberto de la Calle, ratifica que para las elecciones de 2018 el posconflicto es tóxico. Hasta las Farc están estrenando su discurso proselitista atacando el incumplimiento del gobierno. No deja de ser paradójico que la inmensa mayoría de candidatos surgidos de la coalición pro-paz liderada por Santos estén ocupados en poner otros temas en la agenda, como la corrupción. Incluso su ex compañero de fórmula, Germán Vargas, hace campaña en contra de la implementación y debilitando las mayorías en el Congreso.

Hoy el más triste y violento reflejo del desgobierno del posconflicto es Tumaco. Epicentro de una batalla por los cultivos de coca, con campesinos y líderes afro asesinados, la situación del puerto nariñense se salió ya de las manos. Tras nueve días en la zona, el vicepresidente Naranjo daba orgulloso en redes sociales el balance de su gestión: 30 reuniones para acercarse a la comunidad. Poco le tomó al exgeneral comportarse como un verdadero político tradicional.

En este tema la administración Santos pareciera haber llegado a su fin con la firma del acuerdo y haberle dejado la siguiente etapa, la más crucial, a sus sucesores .

Revivir la doctrina de la paz construida desde los territorios es hoy más necesario que nunca.

@pachomiranda