Las elecciones, que pueden ser miradas como la fiesta de la democracia, cuando ningún ciudadano es más que otro porque todos están nivelados por el ejercicio del voto, se pueden convertir en lo contrario.

Venezuela lo acaba de vivir y su jornada electoral fue la imposición de la desigualdad y del poder arbitrario y humillante de que son capaces las dictaduras.

Aquí en Colombia tenemos la ilusión de estar lejos, muy lejos del caos venezolano. Sin embargo, no podemos estar seguros de lo que ocurrirá en el 2018: ¿será el año del odio y de la mentira?

El colega periodista que consultó si debía publicar o archivar la información que le había comunicado otro periodista sobre una grave acusación de corrupción contra un candidato, parece confirmar estos temores:

-¿Es segura esa información?

-Sí, es una fuente segura.

-¿Puedes publicar el nombre de esa fuente?

-No la puedo revelar porque me ha pedido la reserva de la fuente y se lo he prometido.

-¿De modo que para acusar a alguien no tienes más prueba que la palabra de una fuente sin rostro?

-Así es.

Alguien había echado a rodar la especie que había sido acogida o inventada por los opositores del candidato, y ahí ese rumor estaba a punto de alcanzar los honores de un titular.

Desde que los políticos descubrieron el potencial electoral de las falsas acusaciones, y la colaboración –a veces inconsciente– de los periodistas, la fiesta de la democracia se convirtió en un festín de la mentira; como lo comprobaron cuando ya nada podía hacer para enmendar el yerro, los periodistas que amplificaron las sensacionales afirmaciones falsas del candidato Trump. Hoy de buena gana rectificarían.

Junto con la mentira se multiplicarán, también como técnica preelectoral, las invitaciones e incitaciones al odio.

Esto no es nuevo. La política colombiana se ha movido a través de la historia impulsada por los motores del odio liberal conservador o viceversa. Frente a la minoría, que era de uno u otro partido que tuvo claras razones ideológicas, actuó la mayoría visceralmente conservadora o liberal en su rechaza emocional a los del otro partido. Hoy ese partidismo primitivo cuenta con la ayuda de la tecnología, de modo que se odia con lenguaje a instrumentos digitales. El lenguaje lleno de adjetivos y con un mínimo o ausencia total de ideas, impulsa sus mensajes a velocidad y con alcance digitales, de modo que nunca se había podido mentir y odiar con tanta eficacia como hoy, con la ayuda de la tecnología.

Es fácil prever lo que sucederá en un país en el que las elecciones se convierten en un festival del odio y de la mentira.

También es evidente que las instituciones poco pueden hacer para evitarlo. Pero también es claro que cada elector puede descontaminar de odio y de mentira su espacio electoral. Es la única defensa que queda.

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@JaDaRestrepo