Esta semana triné una frase irónica de Cristo García sobre el centralismo. Varios la aplaudieron; otros solo encontraron el insulto para mostrarse en contra. Y me pregunto: la esencia de las redes es la igualdad. Cualquiera puede acceder a la cuenta de un desconocido y tratarlo de tú a tú. Si cabe un argumento, ¿por qué malgastar el tiempo con un insulto? Por desgracia todo análisis, toda opinión, toda reflexión que se escribe en las redes, cualquiera sea el tema, recibe insultos. Y lo dicen con tal seguridad que uno casi que alcanza a creerlo.

Es increíble, inaudita, la seguridad con que se expresa el odio. Como si quien insulta conociera más que ella misma a la persona objeto del odio. O como si el odio –contrario del amor, del que uno siempre duda–, fuera siempre una certeza. Si dudaran del odio les importaría el daño que hacen al escupirlo. O quizás saben claramente todo el daño que hace el odio y por eso lo escupen. Y claro, al que odia se le contesta con odio (incluso los que hablan de paz lo hacen con la misma cizaña del cizañero) porque se necesita mucha autoconfianza y una gran capacidad espiritual para evitar ese contagio: nadie está interesado en los hechos reales. Como escribió Baldwin, “Prefieren la invención porque la invención expresa y corrobora sus odios y sus miedos”. Quizás por eso desde hace un tiempo el odio salió del clóset. Ya no se enmascara ni se disimula. Por el contrario: se odia con descaro, lo que ha llevado a la idea de que “odiar está bien”: es una “tendencia”, está de moda, se valora al alza. Incluso se habla de él como un “derecho de expresión”.

Varios de quienes han leído Líbranos del bien y celebran la neutralidad con que el libro está escrito me preguntan luego si estoy del lado del guerrillero o del paramilitar. Como si la polarización fuera una obligación. Hay quienes opinan que quien no toma partido con esa pasión dañina con la que asumen ellos el odio es un pendejo. O una hueva. Les molesta porque necesitan justificarse ante sí mismos su odio con el de los demás. Y no: resulta que hay gente que no se ha dejado contaminar. Porque el odio no es natural, no viene en nuestros genes (en kinder somos amigos por igual del niño más blanco y del más negro y del indígena y del afeminado y del que usa kipa). El odio es un sentimiento que se adquiere, que se construye igual a como cada quien construye su propia identidad. Muchos construyen ese odio a partir del odio de los demás. Es decir, son unos parásitos del odio: ni siquiera tienen suficiente personalidad para tener razones propias para odiar.

A un amigo la guerrilla le mató a la esposa hace siete años. Desde entonces racate y racate con el tema. No ha superado el duelo de esa muerte por el odio a las Farc. Se lo dije hace unos meses: “Entiendo y comparto tu dolor. Soy solidario con tu dolor, pero no con tu odio”. Nunca más me volvió a hablar. Me duele haber perdido su amistad (aunque no he cortado los puentes), pero sé que no tengo que odiar lo que él odia ni tengo que odiar solo porque él odia.

@sanchezbaute