Es un año electoral y cualquier cosa puede suceder. Puede suceder que a los políticos del centro les importe cinco la vida de las ciudades.

Puede suceder que en ese tira y afloje no tengan más miradas que las del centro, y en tal trance hagan todas sus apuestas por quién se queda con la Presidencia de la República.

Es un proceso que iría escalando: primero los comicios al Congreso. No es que les interese la suerte de las regiones; es que el primer paradigma de la vieja política dice que quien gana las elecciones de mitaca triunfará en las presidenciales.

Por eso, los casi 30 aspirantes estarían de correría, no reconociendo las dificultades sociales o económicas que vive la periferia, sino anunciando respaldos a las listas que procuran un escaño en el Capitolio. La otra máxima sería: apóyame que yo te apoyaré.

(Vaya uno a saber si eso terminará siendo cierto o no).

Puede suceder que en medio de la puja, a los políticos nacionales –léase, centrales– no les esté temblando el pulso para llevarse en banda a las regiones.

En la mira, Barranquilla, a la que los espadachines electoreros llaman la ‘joya de la corona’.

La ecuación parece sencilla: si atacan a la ciudad y, de contera, a quienes la dirigen, entonces harán mella en la casa política que los resguarda.

Hablemos más claro: si atacan a la familia Char, entonces menguarían el poder del partido Cambio Radical. Si, por tanto, ese movimiento no obtiene el número de senadores y representantes que los líderes de la colectividad se proponen, lo más probable es que se reduciría el poder de su candidato Germán Vargas Lleras. Y otro gallo cantaría.

Puede suceder que la cosa haya escalado tanto que hoy no solo falte un reconocimiento al proceso que vive la ciudad sino que los críticos de ocasión estén empezando a negarlo.

Eso, a simple vista, parece un intento de tapar el sol con las manos, pero no le hace: lo importante es la otra máxima de la política que dice: calumnien, calumnien, que de la calumnia algo queda.

Puede suceder, de hecho, que los medios no se hayan dado cuenta. Puede suceder, inclusive, que sí, pero que ellos estén también en el juego. La otra máxima de la política sostiene que quien pela la yuca es el que se come el sancocho. Y hay muchos periodistas ávidos de la sopa trifásica del próximo cuatrienio.

Pero vivimos otros tiempos. Las costumbres políticas están cambiando. Los ciudadanos tienen la posibilidad de enterarse ya no por los discursos ampulosos de las plazas públicas sino por las autopistas de información de las redes sociales.

En ese tránsito veloz pueden andar las informaciones falsas, pero también la perspicacia de un público político mejor educado. Y en lo que a nosotros respecta, unos ciudadanos que hemos decidido blindar la transformación de Barranquilla frente al manoseo de siempre de la política emergente. Esa es la nueva máxima.

albertomartinezmonterrosa@gmail.com / @AlbertoMtinezM