En Barranquilla no tenemos trancones de tránsito, sino congestiones vehiculares. En las grandes capitales, por ejemplo Bogotá, un trancón (taco, le dicen los cachacos) es detenerse un largo rato, ni pa’lante ni pa’trás, armado de paciencia mientras se soluciona la cosa, lo que casi nunca es pronto. Aquí no. Pese a la generalizada queja, el tránsito se mueve, lentamente, pero se mueve.

Es cierto que el número de vehículos aumentó tremendamente, hoy es muy fácil adquirir carro, los entregan casi con solo la cédula, y por eso muchos aprendieron a manejar ayer, y en escuelas que poco o nada enseñan. Cierto también que estamos hace mil años circulando por las mismas vías, fácil notar que la ampliación del número de carriles de un sector de las calles 79 y 84 agiliza el recorrido, sin duda necesitamos más ampliaciones; no menos cierto que los nuevos edificios demasiado altos congestionan, ya no se venden apartamentos si no cuentan con tres garajes, dos son insuficientes, hay que tener chofer para las diligencias, o el pelao cumplió 17 y hay que darle carro, así que tres edificios de treinta pisos significan más de 250 carros en la misma cuadra con la misma calle de antaño. Y, adicionalmente, los diseños viales de las nuevas urbanizaciones parecen elaborados por arquitectos sin brújula, o por oriundos de zonas montañosas, calles curvas que no corresponden con nuestra topografía cuasi plana, quieren desaparecer la cuadrícula que siempre nos caracterizó, son ejemplo de ello lo del laberíntico Villa Santos y, peor, lo de Buenavista, que tres de las carreras más utilizadas, curvas ellas, rematan en una callecita frente a la zona de descarga de un gran almacén. Total, varias cosas se confabulan para que la velocidad de desplazamiento sea baja.

Pero lo peor somos nosotros mismos: los semáforos cambian a verde, pero el primero de la fila no ha terminado de chatear, o toca pitarle para que despierte, y arranca tan lento que pocos son los carros que alcanzan a pasar y, cuando la fila es larga, de lejos se ve que esta avanza es cuando el semáforo está en rojo. Manejamos por la izquierda, cual ingleses, o por la mitad, ocupando dos carriles; igual cuando cruzan, que su carril no les alcanza y lo hacen con tal lentitud que obstruyen la fluidez. No se pasan los carros, sino que se les ponen al lado a la misma velocidad. Si el cruce es a la derecha, vienen por el carril izquierdo, única ocasión en la que prenden las direccionales. Las motos no transitan por su carril, sino por la línea divisoria de los carriles, que no se sabe si harán la peligrosa maroma, siempre la hacen, hacia un lado o hacia el otro. Ni hablar de buses y taxis, dizque profesionales del manejo, los tomamos y paran donde sea, ni de los que donde sea estacionan, o los que se detienen a comprar algo, no les importa obstruir, tal como los camiones mezcladores de cemento o repartidores de gaseosas descargando en plena hora pico.

Movilidad hace su tarea y los auxiliares mucho ayudan. Si hay problemas, entonces no son ellos. Somos nosotros.

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