El próximo ocho de noviembre será clave para la crisis social y política de España, pues ese día tendrá lugar una nueva manifestación en Cataluña convocada por el mismo sindicato independentista que logró el resonante éxito en la huelga general del pasado 3 de octubre. Esta vez, la razón única se constituye en una respuesta al encarcelamiento del exvicepresidente Oriol Junqueras y de otros siete dirigentes, acusados todos de rebelión y sedición. Sin embargo, tras bambalinas gravitan otras razones, tales “la regresión de derechos sociales”, producto de un decreto gubernamental, y el endurecimiento del poder central encabezado por Rajoy.
Ni las expresiones de solidaridad que llegan allende las fronteras parecieran calmar la sed independista que estalló como un trueno en suelo catalán. Ni las frases más almibaradas y ni los recursos deliberadamente poéticos han podido bajar la temperatura de una convulsión social del que aún no se conoce su destino a largo plazo. Aún resuenan en Madrid las frases del Premio Nobel de Literatura, el peruano Mario Vargas Llosa, quien decidió rechazar las pretensiones catalanas mediante un discurso callejero y multitudinario que fue calificado de memorable.
Y atrás, muy atrás, quedó el eco de aquel discurso del escritor colombiano José María Vargas Vila, quien, a principios del siglo XX, en el Paraninfo de la Universidad Central de Madrid, y con motivo de las fiestas del III Centenario del Quijote, habló de la eterna unidad de España iluminada por los pasos gigantes del loco de La Mancha y de su inolvidable escudero. ¿Profecía de quien se consideró también hijo de aquel terruño tan lejos de nuestra geografía y tan cerca de nuestros corazones?
Pero, más allá de las palabras, próximas y distantes, está la cruda realidad de un hecho sin antecedentes en la historia de la bella España. Ahí está la decisión drástica de la Asamblea Nacional frente a la prisión de los líderes Jordi, Sánchez y Cuixart, pese a los recursos de apelación interpuestos en los últimos días. Ahí está, también, la espada de Damocles que pende sobre la cabeza de Carles Puigdemont, quien espera someterse a la justicia de Bruselas, donde se encuentra en una especie de exilio, luego de su osadía de encabezar el terremoto independentista que sigue planeando el territorio que cubre gran parte de la península ibérica.
Dos hechos se avecinan, los cuales podrían marcar el comienzo del desenlace de un conflicto inédito en España: la mencionada manifestación del ocho de noviembre próximo, llamada huelga general por sus organizadores, y las elecciones autonómicas del próximo 21 de diciembre, convocadas por Rajoy, en las que el mismo Puigdemont ha dicho estar dispuesto a participar desde el extranjero. Para esto último, más de cinco millones de catalanes podrán depositar su voto con la esperanza de esclarecer el horizonte. ¿Se logrará? Lean, estimados amigos, lo que se pregunta el escritor Fernando Vallespín, en el diario El País de España:
“¿No deberíamos aprovechar esa interrupción para detenernos todos a pensar cómo superar la polarización en vez de volver a alimentarla? Para ello habrá que aparcar la pasión y volver a lo más grande de la política democrática, propiciar el pluralismo y disolver el antagonismo”. La anterior frase podría ser aplicada a la situación que padece Colombia, pero es pura coincidencia.
*ramses.vargas@uac.edu.co - Abogado, MPA, MSc