Veamos los datos más recientes del Dane. Este reporta que, en el período septiembre 2016 a septiembre 2017, las exportaciones de Colombia crecieron 19,3%. Por su parte, reporta que, para el período agosto-agosto, las importaciones se redujeron 0,6%. La balanza comercial mejoró. En términos brutos, en septiembre del 2016 el déficit comercial era de alrededor de 1465 millones de dólares y para septiembre del 2017 rondaba los 908.

¿Todo bien? No me lo parece. A menudo el demonio (o la parte mala, lo aclaro por si algún lector ateo se siente ofendido) se esconde en los detalles. El Dane descompone los datos agregados en cuatro sectores: agropecuarios, combustibles, manufacturas y “otros”. Para evaluar apropiadamente la mejora comercial debemos, como mínimo, estudiar más en detalle el desempeño de las manufacturas.

¿Por qué? Porque, como los viejos teoristas del desarrollo señalaron —y aquí me permito decir sin ningún temor a equivocarme que no eran ningunos tontos—, la clave del desarrollo no es solo crecer o exportar, sino además reorientar la actividad hacia sectores de alta productividad.

A nivel agregado, la manufactura es el candidato más viable aquí, pues sería difícil argumentar que los sectores agropecuarios, de combustibles u otros exhiben mayor productividad. Dicho de otra forma: está muy bien exportar carbón, pulseritas o flores, pero una verdadera estrategia de desarrollo (no meramente crecimiento) difícilmente se cimentará sobre carbón, pulseritas o flores, por bonitas que sean. Lo que se requiere, más bien, son productos de alta tecnología y, quizás, sobre todo, que requieran una clase obrera altamente saludable y educada.

Mirando los datos más en detalle, entonces, tenemos que las exportaciones de manufacturas se mantuvieron muy estables; se redujeron 0,2%. Las importaciones, por su parte, aumentaron 3,7%. Usando los datos brutos, uno puede calcular que, porcentualmente, el aumento en el déficit fue de 4,8%. Pero precisamente al ver los datos brutos uno no puede sino levantar las cejas: en 2016 el déficit rondaba los -2.416 millones de dólares y para el 2017 llegó a los -2.500. En breve, se importan muchas menos manufacturas de las que se exportan.

Al defender la apertura comercial sin política industrial complementaria (o meramente suplementaria) no se está escuchando a los viejos teoristas del mercado, sino a los libremercadistas más recientes. En términos de productividad, salud y educación de los ciudadanos de a pie, este es un gran error.

*Profesor del IEEC, Uninorte. Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad exclusiva de los autores y no comprometen la posición de la Universidad ni de EL HERALDO.