Estamos ya en la recta final de un año plagado de catástrofes naturales. “Hemos vivido condiciones climatológicas extremas: temperaturas de hasta 50 grados centígrados en Asia, huracanes récord sucediendo en secuencias muy rápidas en el Caribe y en el Atlántico hasta llegar a Irlanda, inundaciones devastadoras de monzones que han afectado a millones de personas y una sequía implacable en el este de África”, subrayó el secretario general de la Organización Mundial de Meteorología, Petteri Taalas, en la inauguración de la conferencia del clima COP23 de Naciones Unidas el lunes pasado.

Estos escenarios catastróficos parecen muy lejos de Bonn, la tranquila ciudad alemana y antigua sede del gobierno federal donde se celebra la conferencia, aunque también en Alemania se suceden cada vez más las tormentas violentas que dejan tras de sí un rastro de destrucción. La presidencia actual de la COP23 recae –muy adecuadamente– en las Islas Fiji, amenazadas por la subida del nivel del mar, pero han cedido la organización del evento a Alemania por falta de capacidad para albergar los miles de participantes.

Es la primera conferencia del clima de la ONU después de que otro huracán llamado Donald Trump arrasara con los avances acordados hace dos años en París. El presidente de EEUU ha mandado a la papelera el Plan de Energía Limpia de su predecesor en la Casa Blanca. Sin embargo, en vez de lamentarse de la ignorancia de Trump, algunos participantes harían bien en hacer un poco de autocrítica. Alemania, la anfitriona de la cumbre, está lejos de alcanzar sus objetivos a corto plazo de reducción de gases invernaderos. Los alemanes constatan cada día que el enorme poder del lobby industrial sigue intacto, desde el sector del automóvil y el carbón hasta las grandes empresas ganaderas que exportan carne a medio mundo.

Los últimos en sufrir la presión de lobby han sido los Verdes, que están negociando la formación de un gobierno con los democristianos de la canciller en funciones, Ángela Merkel, y los liberales del FDP. El partido ecologista se ha topado con la resistencia de la centroderecha al cierre de todas las centrales de carbón antes de 2030. También se ha despedido del objetivo de que se prohíban los coches con motor de combustión desde ese mismo año.

A pesar del escándalo por la manipulación de las pruebas de emisiones de sus coches, los grandes fabricantes alemanes no han perdido su capacidad de influencia. Ayer, la Comisión Europea presentó su nuevo plan de movilidad sostenible. Como se esperaba, se ha renunciado a establecer una cuota fija para coches eléctricos con el fin de reducir las emisiones. El ministro socialdemócrata Sigmar Gabriel había pedido en una carta a la Comisión flexibilidad con el tema para no “asfixiar” a la industria. Lo más curioso es que Gabriel es ministro de Exteriores, con lo que no tiene nada que decir en este asunto. Dejó la cartera de Industria en enero, pero no parece que se le haya quitado el chip de defender a los fabricantes de coches.

@thiloschafer