De nuevo la xenofobia, los nacionalismos y la religión agitan banderas en Europa, el continente más golpeado por el fanatismo islámico. Pero esta vez las banderas eran las católicas de los nacionalistas polacos en Varsovia con motivo de la independencia del 11 de noviembre, que celebra el fin de la ocupación, por 123 años, de Prusia, Rusia y Austria. Para despejar cualquier duda del ropaje ultra, esta vez salieron a las calles con los lemas “Queremos a Dios”, “Queremos una Europa blanca”.
En el caso de Polonia, invocar a Dios es una manera de recordar el peso del catolicismo en su sociedad, marcada aliada de la Iglesia en decisiones trascendentales como la oposición al régimen comunista a finales de los ochenta cuando el sindicato Solidaridad de Lech Walesa le dio el empujón final a la dictadura de Jaruzelski con la bendición de Juan Pablo II. Esas marchas evocativas de Dios bajo la mirada discreta del gobernante partido nacionalista-conservador Ley y Justicia toman fuerza en momentos en que la Unión Europea llama al gobierno de ese país a respetar las reglas de la democracia. A menor democracia, más fuerza a la derecha, a la extrema derecha para ser más exactos, parece ser la ecuación.
Ver este tipo de manifestaciones, surgidas desde el 2009, parece estar haciendo parte del paisaje en las calles de las capitales europeas donde la ultraderecha se arropa en consignas rabiosas contra las políticas diseñadas desde Bruselas por la Unión Europea en materia de refugiados provenientes de países islámicos.
Protestar en los países occidentales de Europa contra las políticas migratorias es el reflejo de una catarsis de sus sociedades que tiene trasfondos más profundos. Cada vez hay más consenso en las causas del auge de la extrema derecha en el Viejo Continente: la perdida de fe en sus líderes y gobiernos, el sentimiento de sentirse ajenos en su propio patio, las clases medias desplazadas por las consecuencias del libre comercio, síntomas más que causas que siguen sin resolverse; pero además las políticas asfixiantes -neoliberales- impuestas por el Banco Central Europeo, el Consejo Europeo y la Comisión Europea, han alimentado la incertidumbre en la clase trabajadora que no se resigna a un poder adquisitivo menor, al deterioro del mercado laboral y la consecuente disminución de salarios y una obra de mano barata derivada de la inmigración. El Brexit inglés y el triunfo de Donald Trump hace un año también están ayudando a que las calles de Europa se llenen de estandartes nacionalistas.
Hoy, la Europa liberal no tiene claro cómo enfrentar a los ultras. Hay quienes creen que falta una buena dosis de inversión real en una sociedad donde la mayoría de sus votantes son obreros que temen regresar a los siglos de la prerrevolución industrial. O que se debe en educar para “fortalecer la autonomía de pensamiento y de crítica para combatir la posverdad y la política de las emociones” como lo plantea, Custodio Velasco, especialista en identidad europea.
Por lo pronto, Europa guarda sus esperanzas en que el muro de contención siga soportado en los hombros de la señora Merkel y el señor Macrón.
*Rector Universidad Autónoma del Caribe