La gente sigue creyendo erróneamente que no puede votar en la consulta liberal y lo resiente. Lo último que están diciendo es que los dos candidatos liberales son como Tararí y Tarará, los gemelos de Alicia en el País de las Maravillas, tan parecidos entre ellos que nadie los puede distinguir, y que para escoger a uno de ellos no se justifica gastar $40.000 millones.
Los demócratas colombianos no están de acuerdo con la visión que le otorga escasa importancia de las consultas populares de los partidos porque desconoce el valor de la democracia y la historia. Mockus, por ejemplo, ya se pronunció en ese sentido. Cuando se pusieron en práctica las consultas fueron una solución democrática para ponerle fin al despotismo de los grandes jefes de los partidos.
Luis Carlos Galán dio una batalla dentro del Partido Liberal para que se escogiera democráticamente el candidato de ese partido a la presidencia y hubiera ganado la consulta que finalmente se acogió. Lo asesinaron por esa misma razón. Gaviria y Samper participaron en consultas del partido que los llevaron a la presidencia.
Si hay más de un candidato, la forma más trasparente de elegirlo es acudiendo a la consulta. Hay que ver las dificultades que surgen cuando se escogen otros caminos. Por ejemplo, los conflictos que está experimentando el Centro Democrático, o la recogida de votos de Germán Vargas para evitar controversias dentro de su partido, que de todas formas lo ha ayudado a recogerlas, volviendo eso una obra de teatro.
Las diferencias entre Cristo y De La Calle son grandes e importantes. Es cierto que los dos han trabajado asiduamente por la paz y a los dos les debemos su contribución en ese frente. Los dos han sido liberales democráticos y ambos han ocupado el ministerio de la política. En economía es posible que sus programas se asemejen, pero los asesores de Cristo son un poco más izquierdistas que los que asesoran a De la Calle, aunque menos actualizados.
Lo que diferencia a De la Calle es que ha tenido papeles muy destacados en la historia política colombiana, por ejemplo, la paz y la Constitución de 1991, para nombrar solamente dos. Ha sido vicepresidente, embajador, redactó la Carta Democrática de la OEA, ha fundado partidos, fue seguidor de Gonzalo Arango, escribe memorias de juventud subidas de tono, pero encantadoras, sabe de todo y hasta de poesía (y por eso creo que no se atreve a escribirla). No heredó un feudo político de su padre –como si lo hizo Cristo– ni pertenece a una dinastía o a una casa política clientelista. Pero lo que más lo destaca es que ya goza de gran prestigio popular y es consciente de que tiene una gran responsabilidad histórica. Se puede contar con él para sacar la paz adelante, recuperar la economía, reformar el Estado, y enderezar el país. Cristo todavía está haciendo carrera. No se puede estar seguro de que se le mida a esos desafíos, o de que no negocie con Vargas Lleras para olvidar la paz otra vez, como lo hicieron en los 60, y nos condenen a otro medio siglo de barbarie.