En 1981 se llevó a cabo el primer Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, ocurrió en Bogotá y se sigue celebrando desde entonces en Montevideo. Se escogió el 25 de noviembre como un día de reflexión sobre las violencias que vivimos las mujeres, como un homenaje a la lucha y la resistencia de las hermanas Patria, Minerva y María Teresa Mirabal, quienes fueron torturadas y asesinadas por el régimen dictatorial de Rafael Leonidas Trujillo en República Dominicana. Casi 20 años más tarde, en 1999, las Naciones Unidas lo declara el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres.
¿Para qué sirve que las Naciones Unidas declaren un día como ese? Sirve para que al menos durante un día esto se vuelva tema de conversación para obligar a las agendas mediáticas a poner atención a un problema mundial de salud pública. En Colombia, entre 2009 y 2014, el promedio de mujeres asesinadas en el país era de cuatro al día. En el 12% de los casos, los homicidios son cometidos por sus parejas o ex parejas, y al mes mueren cerca de diez mujeres por violencia de su pareja o ex pareja, pero en más de la mitad de casos de homicidio a mujeres no se cuenta con información de quién es su agresor, así que la cifra seguramente es más alta. En el 2016 la Fiscalía reveló que desde 2006 se abrieron 34.571 procesos relacionados con feminicidos para los cuales solo hubo 3.658. Estas cifras muestran una impunidad de casi el 90%, pero dado el tradicional subregistro en materia de violencia de género, probablemente la impunidad alcanza la cifra internacional, que es del 98%.
En Colombia tenemos suficientes leyes para combatir la violencia de género, pero estas no se aplican porque nuestra cultura entiende este tipo de violencia como algo natural. La violencia comienza en la casa, y sigue en casa, de hecho, es en este espacio en donde más se registra violencia contra las mujeres. Es tremendamente triste saber que podemos encontrar el abuso y la muerte sin siquiera cruzar la puerta de la casa. Uno de los datos más impactantes es que es justamente el Día de la Madre cuando las mujeres reciben más violencia.
A veces tenemos la sensación de que acabar con la violencia es imposible. Pero esto no es cierto. Por un lado se necesita voluntad política y capacitación a los y las funcionarias: policías (y más mujeres policía), jueces y juezas, para estar capacitadas para reconocer la violencia de género. Lo segundo es que debemos dejar de pensar que la violencia es algo privado o íntimo de las familias o las parejas, la violencia es un problema público y como ciudadanía tenemos el deber de intervenir, pero no para agrandar el problema o lanzarle un puño al agresor, los y las ciudadanas debemos entrenarnos en resolución de conflictos, para que la próxima vez que veamos a una pareja peleando violentamente sepamos como separarla sin escalar la agresión. Lo tercero es construir redes de confianza con quienes podemos hablar. La violencia de pareja comienza con el aislamiento de la familia y amigos, y muchas veces las víctimas no cuentan lo que pasa por miedo a que esto traiga más aislamiento. Lo cuarto es creerle a las mujeres, si una mujer denuncia violencia se expone al desprestigio, violencia y revictimización. Se necesita mucha valentía para hacerlo, y ese coraje debemos honrarlo con el respeto a su palabra.