El pasado lunes Barranquilla Cómo Vamos (BCV) presentó los resultados del informe de calidad de vida 2008-2016 para nuestra ciudad, un estudio que vigila y consigna indicadores que guardan relación con diferentes aspectos clave y de interés para el bienestar general de todos los barranquilleros.
El documento presenta cifras claras, obtenidas de fuentes confiables y a las que se les puede hacer un seguimiento objetivo. Es una valiosa iniciativa ciudadana que ofrece un amplio panorama del estado de las cosas, todo dentro de un marco de profesionalismo, independencia y notable seriedad. Valga este espacio para felicitar a todas las personas y organizaciones que lo hacen posible.
El informe está disponible en la página de internet de BCV y vale la pena que todos lo revisemos, así cada uno podrá sacar sus propias conclusiones.
Como era de esperarse hay varios datos positivos, especialmente los relacionados con educación y salud, reflejando una bienvenida tendencia que debe mantenerse con el paso de los años. Otros despiertan inquietudes, especialmente los índices de seguridad, de movilidad y algunas cifras dentro del capítulo de análisis de las finanzas públicas. De todas maneras, en general el balance es bueno, aunque no exento de advertencias y un llamado a la precaución.
Uno de los indicadores que más me llamó la atención es el del recaudo de multas de tránsito, que en el 2016 alcanzó a significar un 21% de los ingresos no tributarios (en 2009 era el 4%), llegando el año pasado a $29.595 millones. Posiblemente el incremento de los controles policiales sea su principal causa, pero no cabe duda de que tal cifra no puede tranquilizar a las autoridades. Si se entiende la multa como un mecanismo que debe disuadir al infractor, entonces hay que aceptar que no está siendo una medida muy efectiva dado que los comparendos aumentaron en un 188% el último año. Me temo que lo que está sucediendo es que se ha entendido que las multas son una fuente de financiamiento y no un instrumento para el control vial. Esto resulta especialmente evidente al revisar la configuración de los sitios en los que se implementa la detección electrónica.
Si lo que se pretende es lograr que los vehículos reduzcan su velocidad en zonas que se presumen riesgosas, hay elementos que pueden ser más efectivos. La instalación de franjas de estoperoles metálicos, o inclusive la reducción del tamaño de los carriles invitará siempre al conductor a frenar. Si además de esto se mantienen las cámaras –no hay por qué quitarlas– seguramente las infracciones se reducirán, dejando la multa solo para quienes son verdaderamente irresponsables. Pero si lo que se quiere es tender sutiles trampas al conductor, invitándolo a la infracción y así recaudar dinero, entonces el esquema actual resulta muy eficiente. Si es así, desafortunadamente todo tendría sentido.
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