Inclementes son los choferes de buses como inclementes son los dueños del transporte en Barranquilla. Inclementes las autoridades de tránsito de toda la vida, la misma vida que se esfuma en una mañana cualquiera cuando un conductor guerreando “su papa” hunde el acelerador cuando debió hundir el freno.
La economista que murió hace dos días en un convulsionado cruce del norte barranquillero es una víctima y un triste ejemplo de lo que pasa cuando no hay orden y el servicio de transporte público se torna en un suplicio. Una joven vida que se va en santiamén por un problema complejo de falta de cultura ciudadana. En este momento hay en Barranquilla 3.020 buses en operación permanente en diversas rutas que atraviesan la ciudad de norte a sur y de este a oeste. La mayoría –por no decir todos– van raudos tomando pasajeros en cualquier esquina, sin respetar las más elementales normas de tránsito. Y no solo en esquinas, lo hacen a mitad de cuadra o en sensibles cruces logrando producir con ello “trancones” y demoras en la movilidad. De esta mala costumbre está exento el Sistema de Transporte Masivo, Transmetro, cuyas paradas y estaciones están debidamente reglamentadas y son de obligatorio cumplimiento.
‘La guerra del centavo’, como fue bautizada la loca carrera de los buses para tomar pasajeros, ha ocasionado decenas de víctimas mortales. Unas por ir de ‘bandera’, colgados como racimos humanos de las puertas de los vehículos, y otras por recibir inesperados impactos como el funesto caso que origina esta columna. Décadas tras décadas el servicio de transporte urbano ha sido un desastre como operación de movilidad y un peligro público ambulante. No hemos tenido aquí a alguien que logre poner en cintura a propietarios de buses –gremio nada fácil– y a conductores –un sector mal remunerado, mal educado y poco calificado–.
Tomar bus en Barranquilla es subirse a una montaña rusa que no divierte porque el peligro es inminente y el riesgo de accidente es muy alto. El chofer raso de bus de línea es un chivo expiatorio del perverso sistema implementado por los transportadores con la anuencia infame y cómplice de las autoridades desde los años 70, cuando se perdió el respeto por los usuarios. Para entender esta evidente omisión de los funcionarios de turno en la movilidad hay que plantear cuál es el compromiso que ha existido entre ellos y la clase dirigente política. Es claro: buses y elecciones han ido de la mano por siempre. El candidato a cargo público o corporación que no garantiza el servicio de transporte el domingo de elecciones pierde. Es así como cada autoridad se ha vuelto cómplice para conseguir el apoyo del gremio transportador. Ahí radica el quid de la permisividad y la anarquía, de las fallas frecuentes en el servicio y de la complicidad de malas costumbres que se pueden tipificar en delitos por la forma como se actúa.
¿Hasta cuándo? ¡Próxima! ¡Parada!
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