Se acaba de cumplir un año de la muerte de Fidel, que era más un nombre que un apellido, y más un símbolo, al final de sus días, que un proyecto político viable. En las calles de La Habana o Santiago, que no llevan su nombre porque esa fue su voluntad, algunos creen que la revolución se fue marchitando como la vida de Fidel, pero en los cafés y las tertulias, en la mente de los camaradas puros, el legado del Comandante está más vivo que nunca.
Fidel era la marca de la revolución. “En un país donde ‘vivir del cuento’ es una máxima, Fidel Castro era el cuentista por antonomasia, el más astuto de todos”, escribió en su momento Jon Lee Anderson, el biógrafo del Che. Cuando murió Castro hace un año, se creía que Cuba entraba en una nueva era porque con él se bajaba la barrera que bloqueaba el camino entre La Habana y Washington –no es sino leer lo que escribía en Granma- y eso facilitaría los cambios internos y un importante respiro económico. Hoteles, agencias de viajes, aerolíneas, bancos y hasta fábricas de tractores hacían parte de ese nuevo sueño cubano gracias al descongelamiento de las relaciones entre ambos países. Y aunque la revolución sigue, las reformas que se esperaban del hermano Raúl no han ido al ritmo que se deseaba. Demasiado lentas e irregulares para quienes le han apostado al cambio.
Las revoluciones no se hacen de la noche a la mañana, ni se acaban por decreto y menos la cubana que ha resistido el bloqueo y el aislamiento, pero cuando murió su líder ya mostraba un gran desgaste. Las insignias de la revolución, los modelos de salud y educación gratuita se han desperfilado. Las nuevas coyunturas han creado necesidades y retos que el modelo de la Isla no logra resolver. Además, el viento en lo económico no sopla a su favor: el crecimiento de la isla este año no es lo que se esperaba. La economía tenía una meta oficial de crecimiento del 2%, pero fue revisada al 1 % en julio, con el riesgo de que sea menos, según los cálculos de la Cepal.
Si en lo económico no hay esperanza, en lo político menos. En las elecciones municipales del 26 de noviembre no se permitió que se inscribieran candidatos de oposición. Se esperaba que el descongelamiento de las relaciones con EEUU conllevaría cambios que hace años esperan los que se quedaron y los que se fueron. Raúl debe una reforma constitucional y una electoral y varias leyes industriales. Pero el presidente se irá en febrero y lo que pase con quien lo suceda, seguramente el vicepresidente, Miguel Díaz-Canel, no es claro. Algunos analistas lo ven como más de lo mismo y algo peor: controlado por Raúl, que seguirá al frente del Partido.
Cuba se quedó sin Fidel, pero no sin los Castro que siguen al timón de una sistema que se parece a los carros viejos de antes de la revolución que circulan por La Habana: pesados para rodar y resistentes a las adversidades.