Para mi columna de hoy voy hablar de un tema que inicialmente puede verse superficial, pero que en el fondo es todo menos eso. El Príncipe Enrique, o ‘Harry’ como se le conoce en inglés, finalmente se casa, y a todas las mujeres del mundo se nos rompió el corazón (literalmente, creo que todas sentíamos, y me incluyo, que mientras siguiera soltero se podía guardar la esperanza. Soñar no cuesta nada). Sin embargo, no voy a utilizar este espacio para hablar sobre el hecho de que él se esté casando, sino sobre el hecho de con quién es que se va a casar y porqué considero que es quizás una de las muestras más grandes de que el mundo realmente sí está cambiando.

A través de la historia, la monarquía británica se ha caracterizado por ser rígida, fría, y autoritaria, una que basó, durante siglos, gran parte de la estabilidad económica de su imperio en el uso y abuso de esclavos africanos, una que se encargó de exterminar a gran parte de la raza indígena en Norteamérica, y una que nunca ha dejado de ver culturalmente a los estadounidenses como el ‘hijo bobo’ que nunca aprendió a leer, pero que sí aprendió a sumar.

Es por esto que es histórico que un nieto de la Reina Isabel II haya escogido para ser su esposa a una mujer como Meghan Markle, pues, realmente, (y afortunadamente) va en contra de todo lo que siempre ha representado esta monarquía. Meghan es divorciada, es mayor que él, es mestiza (lo que daría para pensar que algunos de sus antepasados posiblemente fueron esclavos de la monarquía británica), es americana, es actriz, y por ningún lado tiene ‘sangre azul’ de nobleza. Es quizás lo último que la gente creyó que el Príncipe Enrique escogería, pero es tal vez, lo mejor que pudo hacer por la imagen de la corona.

Increíble, pero cierto. Lo que hace tan solo veinte años hubiera sido impensable, hoy es lo más sensato. Casarse con una mujer como ella, una activista innata, que siempre ha utilizado su voz para ayudar a los más necesitados, que proviene de una familia de artistas de clase media, que es alegre, cercana, sincera y que tiene don de gentes, le ayuda profundamente a la familia real a verse aún más humana. Así como en su momento la Princesa Diana, con su carisma, con su cercanía y con su bondad, transformó la manera como era vista la familia de la Reina Isabel II, así mismo hoy sus hijos, junto con las mujeres de sus vidas, están cambiando positivamente la imagen real y están rompiendo tabúes que bordaban en la ridiculez.

Y sobretodo, llámenme romántica, pero escribo esto porque en un mundo en el que la extrema derecha está logrando que nuevamente se utilicen abiertamente discursos racistas, clasistas y elitistas, estas historias me llenan de esperanza. Historias donde el amor es más grande que las fronteras, que el pasado o que el color de la piel. Como debe de ser.

@marcelagarciacp