Y fue la más recalcitrante versión comesañista. El técnico Julio Comesaña no creyó, para enfrentar el más importante partido en la historia reciente de Junior, en las fortalezas que identificaron al equipo hasta ese día.
Dudó de la identidad que sus dirigidos, y él como líder, habían sido capaces de construir y disfrutar en estos meses. Renegó del estilo que impulsó al equipo a estas instancias de Copa Sudamericana. Decidió que era mejor acudir a las miofibrillas que a las neuronas. A los músculos de Mier, Narváez y González, que a la mejor relación con el balón y el juego de James, Hernández, Jarlan y Díaz.
Priorizó lo que iba a obstaculizar de Flamengo y relegó lo esencial de su propio equipo. Condicionó su alineación, y con ella el plan de juego, a la estatura y no a la calidad. Y cuando hablo de calidad quiero que sea entendida no como una posibilidad estética o decorativa, sino a la elevación de la eficacia en la toma de decisiones y en la ejecución de las jugadas.
Optó por dejar fuera a Pico, el jugador más regular y pieza clave en el equilibrio y distribución en el medio campo, según dicen por una molestia muscular que, sin embargo, no le impidió estar en el banco de suplentes. Fiel a esa impronta que encumbra el esfuerzo físico y “el cuchillo entre los dientes” fue en desmedro de lo que mejor y más naturalmente le sale a este equipo y que sirvió, hasta ahora, para ser el mejor de Colombia y candidato con méritos para acceder a la final de la Copa: el juego asociado, los pases con criterio, la habilidad y la improvisación; el equilibrio defensivo desde la posesión en campo rival. Ese cuchillo entre los dientes a veces produce heridas en la propia boca e incluso la propia muerte.
Este Junior del ‘Chateo’ no necesitaba cuchillos entre los dientes, sino compinches calificados, que hablaran el mismo idioma futbolístico de ellos dos. Mier y González entienden el fútbol de otra manera. Fue eliminado Junior por Flamengo y como en Río de Janeiro, me quedó la impresión de que este Flamengo no es la representación auténtica del aplaudido y admirado fútbol brasileño. Que, sobre todo en el segundo tiempo en Barranquilla, era una réplica de equipo chico sin ninguna vergüenza de apelar, durante 45 minutos, a la táctica del murciélago.
Y a este Flamengo, que no tiene el caudal de fútbol que sí tiene Junior, Comesaña se empecinó en alinear jugadores para que no le cabecearan. Y se olvidó de los mejores para jugar mejor. Y no creyó que el buen fútbol, el toque, la calidad para entenderse en poco espacio, tienen tanta o más fuerza que cualquier otro atributo físico para buscar una victoria.