A finales de 2015 el Museo Histórico de Cartagena empezó a pensar la posibilidad de hacer unos talleres para sus trabajadoras. A principios de 2016 empezamos con la firme convicción de que era necesario abrir el espacio también a las mujeres de la ciudad. Una vez al mes empezamos a reunirnos, sin saber bien qué rumbo tomaría esa experiencia. En cuanto abrimos las puertas empezaron a llegar mujeres de todo tipo. Le pusimos el nombre de aquelarres, para evocar los espacios de resistencias que las mujeres protagonizaron mientras eran estigmatizadas y tildadas de brujas.
Empezamos hablando de todas las tensiones alrededor de la maternidad. Entonces llegaron las mujeres que deseaban ser madres y no podían, las que tenían que responder a las demandas de los hijos, las que habían perdido a los bebés, las que habían interrumpido los embarazos, las que no querían hijos en sus vidas y las que eran hijas. Alrededor de la maternidad y de las narraciones de las mujeres se fue evidenciando cómo todas teníamos que luchar con libretos impuestos, con presiones, con juicios. Desde un inicio los aquelarres no tuvieron pretensiones académicas, solamente las mujeres se iban encontrando en su propio relato y en el relato de las otras.
Un pacto tácito de confidencialidad se fue gestando entre desconocidas. Llegaban amas de casa, estudiantes, abuelas, mujeres solteras, de cualquier condición social o económica, con distintos oficios, de distintos barrios, con distinto nivel de formación. Hablamos sobre las diferentes formas de violencias, sobre cómo sobrevivíamos a situaciones de opresión, sobre nuestras revoluciones personales, sobre el miedo a descubrir nuestra sexualidad y la necesidad de asumirla con libertad, sobre el amor, el temor a la soledad y los estereotipos. Muchas contaron sus historias íntimas y otras guardaron silencio, pero estuvieron allí, asistiendo cada fin de mes a nuestro encuentro.
En 2017 decidimos hablar sobre la memoria que escribimos en nuestro cuerpo. Exploramos otros lenguajes para narrarnos y el arte estuvo allí para auxiliarnos. Cada mujer hizo un molde de yeso y trabajó sobre él su relato. Brazos, tetas, rostros, manos, nalgas, pelvis, bocas, espaldas de escayola. Mientras, los aquelarres se iban advirtiendo como un refugio para pasar la tormenta y fortalecernos. En algún momento, una mujer que fue víctima de violencia sexual llegó al espacio. Llevaba días encerrada en una habitación oscura. Ninguna de las otras mujeres supo su tragedia, pero ella encontró en ese espacio el camino para volver a la luz. Así, todas. Unas más que otras, fuimos hallando caminos.
El próximo miércoles 5 de diciembre en los muros del edificio en el que alguna vez funcionó la Inquisición, estarán las obras de mujeres que hicieron parte del proceso de los aquelarres. Más espacios necesitamos para refugiarnos y para acompañarnos, más arte para sanarnos y más revoluciones nos quedan pendientes por hacer.
@ayolaclaudia - ayolaclaudia1@gmail.com