*Por: José Consuegra B.

“Diciembre llegó con sus ventoleras, mujeres, y la brisa está que lleva al mundo de placeres”. ‘Las Cuatro Fiestas’, de Adolfo Echeverría.

No solo por observar el calendario, ver los anuncios navideños o disfrutar de las vacaciones estudiantiles o laborales, reconocemos, sentimos y vivimos la llegada del último mes del año.

Los estímulos que expresan el arranque de diciembre son muchos y diversos. Se manifiestan a través de todos los sentidos: las brisas, el cielo azul claro sin manchas ni grises nubarrones; el frescor del clima, el verdor de los árboles y plantas; y esa música tradicional que transporta felicidad que se oye en las emisoras radiales.

El poder escuchar canciones de añoranza festiva y promotoras de alegría como ‘Bomba en Navidad’, que hace retumbar de emoción a quienes la oyen apenas arrancando con su coro: “Bomba de las navidades, pa’ que gocen, bomba de las Navidades, ahí na’ más”.

Ni qué decir de ‘Las Cuatro Fiestas’, que anuncia el comienzo de esta temporada excepcional para los caribeños, y que de solo oír nuevamente la voz de Nury Borrás cantando que “por la ribera se ven arbustos y cocoteros…”, el sentimiento invade el cuerpo y el espíritu.

Tampoco hay corazón que no se alegre ni sonrisa que no florezca cuando escucha a Lisandro Meza cantar que “ya llegó diciembre, la fiesta del mundo, a unos da alegría y a otros llanto sin cesar”, en el reconocido tema ‘Domingo 24’.

Mucho menos cuando el Joe Arroyo entona “Típico, típico amerindio suramericano, baila mi folclor de mi corazón. Que cuando venga Navidad, encontrará nieve en la sierra. Todo será felicidad en los hogares de la tierra, y que mi música llegue más allá de la frontera y que mi música lleve felicidad a la tierra”.

Pero esos sentimientos de felicidad no deben quedarse en las pretensiones de bienestar particular por las costumbres de regalarse entre los círculos cercanos una serie de elementos o a adquirir cosas nuevas. No podemos circunscribirlos a lo material pues la verdadera felicidad no se consigue llenándonos a nosotros mismos de objetos sino regalando cariño, calor humano, solidaridad; esos son los obsequios que en realidad enaltecen al alma y permanecen para siempre tanto en quienes los dan como en las personas que los reciben.

También es precioso afianzar espacios tradicionales como las Novenas que, independientemente de las creencias religiosas, constituyen los puntos perfectos de encuentro entre adultos y niños que viven el espíritu de diciembre en todo su esplendor.

Y en estos también resuenan y emocionan los villancicos que invitan a la familiaridad: “Ha llegado Navidad, la familia alegre está, celebrando Nochebuena en la paz del santo hogar”.

Igual pasa con la decoración que se dedican elaborar los vecinos para encender la Navidad en sus cuadras.

Qué grato también compartir las emociones de los niños recibiendo la visita de Papá Noel o el Niño Dios, con su carga de juguetes y dulces. Ayer mi hija Laura José me decía preocupada que cómo iba a recibir la muñeca que por carta le pidió, si en la casa no había chimenea para que entrara, y le expliqué que él tenía llaves de los cuartos de todos los niños, y quedó tranquila y llena de ilusión.

No hay un momento más propicio para ser felices que ahora, pero qué mejor que sea haciendo felices a los demás.

*Rector de la Universidad Simón Bolívar.