Por estos días he disfrutado con una biografía breve y plena de calor humano sobre Churchill, donde la fantasía del autor le realiza una entrevista ficticia a uno de los líderes más influyentes del siglo XX, que, 70 años después, sigue proyectando los valores universales de libertad, la defensa de los valores humanos, la independencia de los pueblos y el rechazo de los totalitarismos. “En la vida, la historia con su lámpara oscilante, tantea los caminos del pasado procurando reconstruir sus escenas más destacadas e iluminar los fríos resplandores de acontecimientos pasados”, solía decir el estadista inglés con el mismo orgullo con el que al final de todos sus discursos remataba, con su mano levantada y con dos dedos haciendo la V de la victoria, simbolizando el parte triunfal en la seguridad de ganar la guerra. Esa seguridad que da la conciencia, nuestra única guía, –solía decir– con los valores imprescindibles de la rectitud y la sinceridad.
Leyéndolo, salta la imagen alentadora de cómo en un tiempo de los más críticos de la historia mundial, dominado por el desaforado Hitler, existieron hombres clave que preservaron los valores de nuestro mundo contemporáneo. En todos los tiempos negros de la historia, afortunadamente, nunca ha faltado la prudencia de un líder equilibrado.
En estos tiempos donde la joven Norteamérica, un día de puertas abiertas y hoy echando cerrojos, vale recordar la metáfora del viaje incierto que es la vida y el equipaje necesario para vivirla, al que aludía el viejo líder inglés: un corazón grande, una fe indestructible, un morral de sueños y, si llevas poder, acompáñalo de benevolencia.