Con el tiempo uno aprende que responder a ciertas opiniones delirantes es una manera de convertirse en caja de resonancia. La idea de María Fernanda Cabal de considerar la masacre de las bananeras como un mito, de asegurar que nunca ocurrió, es una idea delirante que siguiendo esa máxima no amerita una respuesta.

Sin embargo, lo que hay de fondo no es solo la opinión de ella, sino la visión de un poderoso sector que la respalda. No es gratuito que la misma Cabal haya sido la que unos días atrás hubiera dicho que había toda una organización orquestada para hacerle oposición a los legítimos propietarios de las tierras. Sus acostumbradas afirmaciones descabelladas son parte de la estrategia de un proyecto milimétricamente consolidado.

Seguir negando que el problema fundamental de la violencia en Colombia ha sido la tierra no es una terquedad inocente. Se trata de una pieza funcional para aquellos mismos que consideran lícito el acaparamiento de la tierra por parte de los más poderosos y la exclusión de los más débiles. La respuesta a María Fernanda Cabal, entonces, no debe ser desde la búsqueda de la verdad. Su intención no es histórica sino política, de modo que la respuesta necesaria a su necedad debe ser también política. Ya sabemos que la masacre de las bananeras existió. Allí no debe centrarse la discusión. No vamos ahora a devolvernos a buscar otra vez en los archivos y a recorrer nuevamente las tumbas de los muertos. La discusión debe centrarse en lo que representa la opinión de Cabal –que no es más que un instrumento– y cuáles son los intereses que están detrás. La historia es una herramienta para justificar ciertos procesos y la negación que hace la congresista evidencia una manera de entender la sociedad y de justificar unos intereses específicos.

Por supuesto que Gabriel García Márquez exagera. Él no es historiador. Orhan Pamuk para referirse a la novela histórica dice “El reto de la novela histórica no es producir una imitación perfecta del pasado, sino relatar la historia con algo nuevo, enriquecerla y cambiarla con la imaginación y la sensualidad de la experiencia personal”. García Márquez ni siquiera hace novela histórica, así que por supuesto exagera. Puede hacerlo. Aunque la masacre de las bananeras es un hecho histórico, la negación que hace Cabal no propone una discusión sobre la verdad histórica, sino sobre los intereses políticos. Ya sabemos que Gabriel García Márquez escribe ficción, lo que construye es un universo simbólico, de alguna manera una especie de mitología, y no se combate la mitología con las armas de la racionalidad. Cabal se mete en el texto ficcionado para refutarlo y creer, hacer creer, que con ello refuta la verdad histórica. Quizá también un día busque a Macondo en el mapa administrativo de Colombia y no lo encuentre.

Lo que hay detrás de estas visiones que para muchos parecen solo delirantes, y que suelen ser respondidas a través del meme, la sátira y la burla de la autora, es mucho más profundo. Es el miedo enorme y desproporcionado de un sector que cada vez cobra fuerza en la nación a los pequeños avances de reconocimiento a los despojados del país.