Si a la manera de ser franca y extrovertida del costeño, le mejoramos el tono y la modulación de la voz al conversar, entonces habremos logrado construir un modelo digno de ser imitado por el resto de los colombianos.

Y es que para ser amable y jovial socialmente, no es menester ser cultos en extremo, académicos y sociólogos.

Saber dialogar sin herir la sensibilidad de nuestro interlocutor con preguntas capciosas, imprudentes o neurálgicas es un arte elemental, casi innato.

A diario tropezamos en los periódicos, revistas, en el cine y la televisión con diálogos y entrevistas, que ponen de manifiesto la técnica sutil de los periodistas para lanzar preguntas y poner a prueba la suspicacia y la inteligencia del entrevistado.

Pero en la vida diaria son muchas las maneras de formular una pregunta o expresar un concepto con aquello que llamamos ‘tacto’ o sentido común.

Por ejemplo, es diferente cuando preguntamos: ¿Sabe usted la fecha en que fue sitiada Cartagena? a ¿Recuerda usted la fecha en que fue sitiada Cartagena? Si no sabe es ignorancia, si no recuerda es una simple falla de memoria.

Así mismo, resulta menos áspero decir que “su hermano es más joven que usted” y no que “usted es más viejo que su hermano…”.

O cuando nos encontramos con un hombre entrado en años, en compañía de una dama con notable diferencia de edad. Entonces, es preferible y delicado preguntar si ella es su esposa, halagando su vanidad masculina, y no que es su hija, aunque nos equivoquemos.

No rechacemos un licor que se nos ofrece afirmando que no nos gusta, más bien aclaremos que otro nos sentaría mejor.

Nunca le digamos a un taxista que le pago “tanto por la carrera” porque no podemos ponerle precio a su servicio. Es mejor preguntarle: ¿Podría usted hacerme una carrera por tanto?

En un ambiente social estrato seis, y bajo la influencia de unas copas etílicas, resulta aceptable decirle a una dama: “Tiene usted un hermoso relieve superior”, cualquier otra forma para referirnos a su anatomía femenina resultaría de mal gusto.

Decirle a una dama: ¡Qué buena está usted! podría dar al traste con nuestras aspiraciones de conquistar su corazón. Cuando es apenas el cambio de una letra lo que se requiere para modificar nuestra lisonja, es mejor aceptada por la dama en cuestión nuestra admiración al expresarle: ¡Qué bien está usted!

No es lo mismo decirle a un empleado: ¡Tiene usted que llegar a las ocho! a ser más diplomáticos con ¡La entrada al trabajo es a las ocho! O bien “Comenzamos la jornada a las ocho”.

Y cuando le recordamos a una persona ¡Págueme lo que me adeuda!, le cambiaríamos la forma ¿Podría usted cancelarme la deuda? O por una frase más diplomática: “Por favor, estoy necesitando la cancelación de la cuenta”.

Un obsequio o regalo resulta humillante cuando decimos que es algo que nos sobra; nos agradecen más si al momento de entregarlo agregamos: “Espero que usted pueda utilizarlo mejor”.