El pasado lunes el Órgano Colegiado de Administración y Decisión, OCAD Región Caribe, aprobó recursos por $23.700 millones para la construcción de la Fábrica de Cultura, un edificio que será la sede principal de la Escuela Distrital de Arte y Tradiciones Populares, EDA. La iniciativa fue un desarrollo conjunto entre el Distrito de Barranquilla, la Escuela Politécnica Federal de Zúrich (ETH) y la Universidad del Norte, gracias a una donación de la Secretaría de Estado para Asuntos Económicos de Suiza, gestionada por Findeter y el BID. El proceso constituyó un exitoso ejemplo de cooperación internacional, especialmente por el fructífero intercambio profesional y técnico que propició la consolidación de un proyecto arquitectónico que será un valioso aporte al entorno construido de nuestra ciudad.

Resulta gratificante ver que ese dinero, proveniente del maltratado fondo de regalías, se invertirá en un edificio dedicado a la enseñanza y práctica de las artes, algo poco usual dentro del esquema general de inversiones del Estado. Casi siempre se suele entender que las obras de infraestructura básica, carreteras, saneamiento y similares, deben tener prioridad de inversión, lo que en un país atrasado como el nuestro tiene plena validez. Pero no por eso se puede dejar de destinar una pequeña fracción de los esfuerzos presupuestales al fomento del crecimiento integral de los ciudadanos, al cuidado de las tradiciones y al perfeccionamiento de las habilidades artísticas.

El edificio por sí solo no generará impacto alguno si no se llena de significado. Serán las personas, los docentes y los artistas, quienes con su quehacer podrán aprovechar esta nueva instalación que se pondrá en un par de años al servicio de toda la ciudad. Será lo que suceda dentro y alrededor de la Fábrica de Cultura lo que enriquecerá el ya valioso sector del Barrio Abajo. Y por supuesto, el Distrito deberá planear con responsabilidad, juicio y compromiso, los montos necesarios para el funcionamiento de esta nueva Escuela. Sería imperdonable que con el paso del tiempo el deterioro, o peor aún, el desuso, termine por hundir esta cuantiosa inversión y este esfuerzo.

Confiemos en los buenos oficios del Distrito y de los contratistas que sean elegidos para llevar a feliz término esta obra. El presupuesto que se aprobó ha sido cuidadosamente elaborado y salvo imprevistos significativos, debe ajustarse a la realidad que vivirán sus constructores. Ojalá este sea un caso ejemplar de ejecución transparente y vigilada, y que demostremos que somos capaces de librarnos del estigma corrupto que amenaza todas las inversiones que emprendemos. Con este nuevo edificio la ciudad tendrá una buena plataforma para seguir demostrando el valor de sus tradiciones, esperemos que logre el impacto que esperamos todos quienes hemos participado en su concepción.

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