El mundo aún no tiene claro qué busca el presidente Donald Trump al reconocer a Jerusalén como capital de Israel y empezar el traslado de la embajada de su país de Tel Aviv a la histórica ciudad. Pero lo que sí ha quedado claro es que con el cumplimiento de su promesa de campaña, la paz en Oriente Medio se aleja, fruto de una jugada que rompe el esquema que ha usado la Casa Blanca para tratar de mediar en el conflicto. Apagar incendios con gasolina en esa zona del mundo no era el estilo de sus antecesores.
La reacción al otro lado del mundo no podía ser otra como corresponde a las dinámicas el conflicto: protestas en Palestina, y diferentes países asiáticos como Turquía, Siria, Irak, Afganistán, Malasia, India, y algunos de África, mientras se hacían llamados a los países musulmanes para que se unan y rompan lazos diplomáticos con Estados Unidos y la organización islámica Hezbolá llamaba a movilizarse para apoyar una nueva intifada, o rebelión popular.
Por lo que ha representado, Jerusalén dejó de ser una ciudad para ser un símbolo donde convergen las tres grandes religiones monoteístas, la judía, la cristiana y la musulmana. Tiene tanta historia como Roma o Damasco: fue fundada por herederos de Abraham, reconquistada por el Rey David en el siglo XI A.C., escogida por su hijo Salomón para construir el Primer Templo que preservaría la Santa Alianza tutelada por Moisés; luego asediada y sometida por los romanos que destruyeron el templo –actual Muro de los Lamentos—y también preciado tesoro de otomanos y británicos hasta tener un nuevo estatus en 1948 cuando se creó el Estado de Israel, momento a partir de cual quedó dividida en una zona este y otra oeste.
El paso que dio Trump el 6 de diciembre respecto de Jerusalén podría echar por la borda décadas de trabajo diplomático en el que la Ciudad Santa ha sido asunto medular. Tanto así que aunque el Congreso de EEUU en 1995 adoptó la Ley de la Embajada de Jerusalén para que se construya la sede diplomática en esa ciudad, ningún presidente se había atrevido a hacer este reconocimiento. De por medio hay unas bases claves sin desarrollar como los acuerdos de Oslo de 1993 entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina que establecieron que el estatus de la ciudad sería discutido en etapas más avanzadas. Sin embargo no lograron concretarse en el 2000 durante las negociaciones de Camp David, donde Yasser Arafat y Ehud Barak hablaron por primera vez sobre el estatus de Jerusalén, pero al final el líder palestino rechazó las propuestas.
Desde su “visión” diplomática, Trump no cree que pasar la embajada a Jerusalén debe ser motivo para dejar de lado las discusiones sobre futuros arreglos territoriales, pero el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, cree que el anuncio estadounidense equivale a renunciar a su papel como mediador de la paz. Con esta jugada, cada vez más Trump parece querer aislarse sin que le importe la opinión de sus aliados. Ya lo hizo con la salida de los acuerdos de París sobre el cambio climático, con la revisión de los acuerdos nucleares con Irán o su salida de la Unesco. ¿Ahora qué seguirá?
MPA, MSc. Rector Universidad Autónoma del Caribe