Cada cultura tiene épocas del año en que cambia la normalidad, o para decirlo en forma más coloquial, el camello varía para poder dedicarse a festejar sucesos de especial significado. Esos eventos normalmente celebran fiestas patronales o hechos de gran incidencia en el destino de cada pueblo o de acuerdo con la cultura y el país, fiestas icónicas como la Navidad, por ejemplo, que resaltan la alegría y el compartir.

La existencia en este mundo se hace más llevadera con esos períodos de contento, ya que permiten: recargar baterías y no enloquecerse como ciertos especímenes, que creen a pie juntillas que estamos castigados en un valle de lágrimas en donde la vida es para solo trabajar y descansar de los desmanes que en todos los ámbitos hacen quienes creen que tienen el mundo a sus pies y se pueden volar todas las escuadras de la decencia y el bien hacer.

Cada pueblo tiene sus formas de esparcimiento, durante las cuales afloran las mejores características del ser humano al compartir las bondades de su existencia. Es así como después de ayunar durante el Ramadán, los practicantes del islamismo se reúnen a manteles para congraciarse por tener su alma purificada; los judíos celebran la Pascua en familia, alrededor de una cena con cordero y pan ácimo para conmemorar su escape del cautiverio egipcio. Los cristianos festejan el nacimiento de su redentor el 25 de diciembre, mes en el cual con pesebres, villancicos, novenas y cenas navideñas se estimula la vida en familia, se alegra el espíritu en un entorno de confraternidad, que por arte de magia hace aflorar los mejores sentimientos de paz y convivencia.

La Navidad es un momento de alegría, de compartir, de unidad. La idea es estar con las personas que más amamos y que también nos aman, pues el día que no estén nos harán falta y no podremos disfrutar de su compañía. Las cosas materiales pasan y se acaban, la grata compañía de un ser querido no.

Antes las reuniones familiares se interrumpían si alguien tocaba a la puerta o sonaba el teléfono fijo. Hoy son muchas las familias que en la Nochebuena se la pasarán ‘wasapeando’, ‘mensajeando’ y ‘facebukeando’ en lugar de conversar o mirar las caras de los demás. Volver al pasado un par de horas apagando los aparatitos no caería mal.

Y para que en esos días no se dañe el genio y se pueda gozar plenamente de unas felices pascuas, sería bueno: no apostarle al Junior cuando juegue de visitante. No ceder a las propuestas que pululan impunemente alrededor de las oficinas de tránsito de cancelar comparendos por 1/3 de su valor. Dejar la dieta para después de carnavales y aprovechar la época para comer todos los pasteles, hayacas y perniles que se pueda.

Si al acabarse el año la depresión porque diciembre se pasó muy rápido nos invade, hay es que empalmar con la rumba carnavalera y ya con los bolsillos limpios, dejar la lloradera y quejadera para el entierro de Joselito.

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