Está otra vez alborotado el avispero en relación con el envejecimiento de la población mundial y las repercusiones en la economía local y global, a partir de la sentencia de la directora del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde: “Los ancianos viven demasiado y eso es un riesgo para la economía global. Tenemos que hacer algo, ¡y ya!”. Cuando lo leí no supe si ponerme a reír o llorar. Después de siglos de estar la medicina tratando de mejorar las condiciones de salud de las personas y, consecuentemente, alargar la expectativa de vida, los economistas que manejan las economías mundiales salen a decir que fue un error y pronto vamos a vivir las consecuencias. Peor aún, es una falta que debe ser castigada, y donde más duele, o sea, recortando la pensión y retrasando la edad de jubilación. ¿No es para sentarse a llorar?

Las matemáticas que aportan para explicar este error funcionan para ellos: “Si el promedio de vida aumenta 3 años más de lo previsto para 2050, el coste del envejecimiento aumentaría un 50% en las economías avanzadas … Para los países emergentes, ese coste adicional sería del 25%”. Soy capaz de comprender estas matemáticas, no soy tan tarado, pero ese no es el punto. Lo que me preocupa es que se nos está culpando de aquello a lo que ha aspirado desde siempre la humanidad: una mejor y más larga calidad de vida. Lo que a ellos les preocupa es que al vivir más la población tendrá que pagarse más en pensiones y prestaciones.

Pareciera una tesis neomalthusiana aplicada no al crecimiento de la población por encima de los recursos, que puede producir una catástrofe, sino al envejecimiento prolongado de la población que representa un riesgo para la sostenibilidad de las finanzas públicas. Ya no se trata de endilgar a las personas que envejecen los criterios del “viejismo”, es decir, las referencias prejuiciadas con respecto a salud, capacidad laboral, sexualidad, autosuficiencia, que se aplican a los adultos mayores por el solo hecho de su edad; ahora resulta que representan un peligro potencial para las economías de tipo global.

El impacto de los estudios del FMI se ha sentido en nuestro país y ya se asegura que cualquiera que sea el presidente electo, va a aplicar estos criterios sobre la pensión. Lo dicen como si estuvieran, por un lado, dando una demostración de sabiduría económica que el resto de los mortales desconocemos; por el otro, con una desfachatez que pareciera ignorar que obtener la pensión en Colombia es una batalla titánica que implica abogados, porque los fondos de pensiones dan a entender que les cuesta devolver el dinero que hemos acumulado con nuestro trabajo. Una lucha que no tiene justificación por algo que nos pertenece y que nos debería ser entregado de suyo.

¿Quién podrá defendernos de estos “genios” de la economía que deciden desde sus cifras nuestro nivel de satisfacción o frustración adulta?

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