Se acaba el año y comienzan a hacerse las promesas. Por lo general, casi siempre son las mismas, prometemos no volver a comer harinas, decirle adiós a la Coca-Cola, ir al gimnasio más seguido, evitar el abuso a las redes sociales, no ser tan chismosos, conocer al amor de la vida, leernos un libro al mes, y pasar el semestre con estrella dorada. Nos prometemos miles de cosas, y, con toda la voluntad del caso, esperamos que esa nueva vuelta al sol que empieza sea mejor que la anterior. Quemamos el año viejo, nos comemos las doce uvas y comenzamos de nuevo. Como siempre.

Sin embargo, este año que viene, las promesas no se harán solo en enero y, por el contrario, será el pan de cada día por los próximos seis meses en todos los canales de comunicación habidos y por haber. Dos elecciones en las que, como es usual, nos prometerán esta vida y la otra, intentando a toda costa que ‘empecemos de cero’ y creamos en su palabra. Tal cual como sucede cuando el novio que se porta mal intenta reconquistarte a toda costa, o con el nuevo novio que tiene mala reputación e intenta hacerte cambiar de parecer (sé que últimamente todo lo comparo con malos novios, pero es que han resultado ser la analogía perfecta).

Y, al igual como sucede con las promesas que nos hacemos, muchos tenderán a romperlas. Así como algunos dejan que las sudaderas de gimnasio terminen siendo utilizadas para andar en la casa, o decidan un día comerse todos los chocolates que encuentren, una gran parte de los políticos que hoy prometen cambiar o ser diferentes, volverán a ser los mismos o se convertirán en lo mismo. Porque así funcionan las promesas de año nuevo, nos hacen sentir esperanzados, pero, a la hora de la verdad, desaparecen tan pronto la tentación aparezca.

Es por esto que este año propongo que seamos más realistas. Así como debemos hacernos promesas que sí podemos cumplir, y, por ende dejar de decir que en 365 días no volveremos a comer azúcar (todos sabemos de entrada que eso no va a terminar pasando) o creernos el cuento de que no volveremos a criticar a nadie (lastimosamente, eso es un imposible de cumplir), así mismo debemos escoger a quienes tendrán el poder en los próximos años, basándonos en sus hojas de vida, en sus actuaciones pasadas, en sus resultados anteriores, y no en las promesas hechas en vano.

Pues si el 2017 fue el año de los destapes, destapes de acosos y abusos sexuales, destapes de corrupción y destape de carteles de toda índole, el 2018 debe ser el año de las consecuencias. Si los votantes tenemos dos dedos de frente y un poquito de consciencia, no deberíamos votar o, en su defecto, vender nuestro voto para seguir escogiendo a los que prometen e incumplen; sino, por el contrario, a los que han demostrado, con acciones y no con frases, ser realmente el cambio que necesitamos. No se trata de creer en lemas pegajosos o escoger al que mejor sepa utilizar sus palabras, sino de confiar en lo que dicen basándonos en lo que han hecho.

Porque si queremos dejar de quemar los mismos muñecos de año viejo, ha llegado la hora de dejar de cometer los mismos errores y evitar creer las promesas que se convertirán en mentiras.