España. Imperio antaño. Lugar de vacaciones para alemanes borrachos en el presente. La vida cambia una barbaridad. Aunque, siendo sinceros, en los tiempos imperiales también tuvimos algún que otro alemán borracho al frente. Cosas de la vida. Permítanme explicarles a mis amigos colombianos en qué consiste España hoy en día.

Medio millón de kilómetros cuadrados, cuarenta y pico millones de… No, no, no. Un país no es la suma de sus elementos. Nuevamente, Weber era idiota y sigue siendo necesario que alguien lo diga en voz alta. España es el tercer país del mundo que más turistas recibe. El hogar de la mayor red ferroviaria de alta velocidad de Occidente. La sede de varios de los mejores restaurantes del orbe. Donde se puede disfrutar del tercer mayor número de patrimonios de la humanidad de la Unesco. Donde juegan los dos equipos de fútbol más famosos del universo.

Si ustedes se fijan, son todos rasgos de un extraordinario destino vacacional. Lo que somos. ¿Eso es bueno? Mejor eso que ser Rusia, la Estrella de la Muerte de la Tierra. Pero, ¿de verdad es bueno? Sería mejor tener premios Nobel en ciencias. Pero para eso se requiere invertir en ciencia y tecnología y no en tener tres autopistas y una carretera de mi ciudad a la otra más cercana. Sería mejor aparecer como uno de los países menos corruptos del mundo. Pero para eso habría que evitar que en la construcción de esas carreteras innecesarias que se priorizan a la investigación desaparecieran los millones que desaparecen. Sería mejor tener una estructura territorial donde no se pensara que sensatez es una salsa para la ensalada. Pero para eso habría que despedir a miles y miles de políticos y funcionarios de la administración política que no hacen nada salvo consumir recursos y más recursos. Sería mejor no tener una economía en la que se sucedan burbujas (inmobiliaria, energías renovables). Pero para eso sería necesario tener un tejido productivo basado en la excelencia y no en los salarios bajos.

Sería mejor esto, aquello y lo otro. Pero no se puede ser el país de los cuatro bares por calle y esperar que la gente diserte sobre Sartre y por qué el francés era semejante pelmazo inaguantable. España es la historia de un milagro y la de una debacle casi perpetua. La debacle que en los últimos quinientos años nos llevó de ser los dueños del mundo a ser el destino de borracheras de los europeos ricos del norte. El milagro de haber pasado de ser un erial tan orgulloso como pobre a estar entre los cuatro países del mundo con mayor esperanza (esto es un dato) y calidad (esto es una opinión) de vida. Paradojas. Antes teníamos a medio planeta cogido por el cuello y nos moríamos de hambre. Ahora no nos hacen caso ni nuestros hermanos americanos y, sin embargo, todos quieren venir a pasar sus vacaciones entre nosotros.

Moraleja. Pues, la verdad, no sé. ¿Más jamón y vino y menos de todo lo demás? De tanto opinar, uno acaba confundido.