En una ciudad donde se nos ha vendido la idea de que el Carnaval lo es todo, la alegría dio rienda suelta a una inocua comparsa espontánea en La Troja, emblema de, precisamente, nuestra forma más sana de convivencia. La Troja es uno de esos sitios tan especiales, que hace falta un estudio académico de ella como heterotopía.

Heteretopía es una palabra acuñada por Michel Foucault para designar sitios “otros” donde suceden cosas inexplicables de otro modo. En La Troja sucede, por ejemplo, que se reúnen a escuchar música, tomar trago y bailar, todo tipo de personas que, en la misma ciudad, no se reunirían bajo un mismo techo.

Qué tristeza que el desborde de alegría al comenzar un nuevo año, por un grupo de personas que pensaba ser feliz, se hubiese convertido en un problema para La Troja.

Hay cosas que el popular estadero podría mejorar no solo para la sana convivencia con los vecinos, sino para la salud de los asistentes y sus empleados: el volumen que daña oídos y el retumbe de los bajos en los parlantes que daña el sueño y mueve el suelo. Extraño que su dueño nunca se haya planteado resolver esto, pero ese es otro problema.

Igualmente es extraño que la Secretaría de Cultura, que hace unos años dictaminó que La Troja es un patrimonio cultural de la ciudad, anuncie con bombos y platillos, que van a crear lo que se ha denominado La Fábrica de Cultura.
Un nombre muy bueno que apunta a más institucionalización de algo que hacemos entre todos. Tanto, que producimos todo tipo de cultura. Entre otras, la de la bulla ensordecedora que, en los barrios no deja dormir a los vecinos, si alguien decide hacer una fiesta.

En su boletín #0014 de diciembre 19 del 2017, la Secretaría de Cultura, Patrimonio y Turismo de Barranquilla, anuncia que se gastarán 23.709 millones de pesos en construir la tal Fábrica de Cultura. De seguro que la idea es super buena y de seguro que va a quedar super bonita. Pero, uno se pregunta, ¿le pasará lo mismo que al Parque del Caribe, al Malecón de Río, al Amira?

Somos especialistas en construir y dejar dañar las cosas. Ya la famosa avenida de las butifarras (léase carrera 54) ha perdido varias de sus bolas o dizque separadores. El Malecón sufre de una falta total de mantenimiento. El Parque del Caribe no tiene fondos para seguir operando y el Teatro Amira está cerrado. Todo esto, en unas pocas cuadras de la ciudad, donde se concentran las actividades culturales y cerca de la sede de la mencionada fábrica.

Aún más extraña es la discusión que se ha dado en estos días por redes sociales, comparando la apatía ciudadana ante el cierre del Amira, con las pasiones y las protestas que ha generado el evento de La Troja. Se han puesto a discutir cosas que merecen ser estudiadas con detenimiento, porque ese cuento de las diferencias entre lo que se ha llamado “la alta cultura y la baja cultura”, en círculos académicos ya está desmontado desde hace años.

¿Será que por medio de esa Fábrica de Cultura podremos aprender a no desbaratar tanto, a no dejar decaer las cosas, sino más bien a crear, a construir?