Aunque sabemos que las elecciones parlamentarias de marzo estarán afectadas por el clientelismo, la compra de votos y el poder de los megacontratistas, es clave intentar elegir un mejor Congreso a pesar de las dificultades. Los cambios requeridos por el país pasan por la instancia política, y las elecciones son cruciales. Pero en mayo y junio, los electores estarán más libres del cepo clientelar y es necesario elegir un buen presidente, en un país presidencial como Colombia.
Por ello, aproveché el receso de fin de año para leer cuidadosamente la reflexión de Sergio Fajardo en su libro El Poder de la Decencia, quien decidió hace 18 años hacer una política distinta, con ideas, propuestas y en una lógica diferente al clientelismo y a la corrupción que nos agobia.
Son casi 200 páginas llenas de experiencias de vida, de un académico que se lanza a la Alcaldía de Medellín y luego a la Gobernación de Antioquia, con buenos resultados. Sergio desde un comienzo retrata la realidad del país, señalando que “en Colombia la extracción social determina lo que las personas pueden llegar a ser y esas desigualdades representan una profunda injusticia”.
El origen social marca hasta dónde puedes llegar, pues yo añado, aun con una buena educación hay un tope adonde puedes ascender, pues careces de las palancas.
Sergio en su libro nos relata las duras experiencias en la Alcaldía de Medellín y la Gobernación de Antioquia, adonde llegó sin comprar votos ni solicitar el apoyo de los megacontratistas, ni con el capital de sus familiares, pues es de origen medio. Llegó con el apoyo de los ciudadanos y ya adquirió una buena experiencia en el manejo territorial municipal y departamental.
Allí deja ver sus 14 puntos que le propuso a los antioqueños, muy distinto de lo que vemos por nuestros lares dolorosamente. No se dejó someter a la lógica clientelar, ni a tener que dar puestos a los contratistas y políticos que generalmente financian a los candidatos. Sin partido político que le garantizara mayoría en el Concejo o la Asamblea, nos cuenta cómo manejó con respeto las relaciones con los partidos que allí predominaban. Sacó a Medellín del miedo a la esperanza, aunque hoy la lucha continúa por el peso de las organizaciones criminales.
Fajardo no se deja ubicar ni como uribista ni como anti-uribista, ni como de izquierda o de derecha, pero lógicamente al mirar la coalición política que lo acompaña es un candidato de centro-izquierda que nada tiene que ver con el supuesto castro-chavismo con que la derecha de este país nos trata de asustar.
Respalda el proceso de paz y su visión sobre la educación trasciende el consabido enfoque de más cobertura, calidad y construcción de colegios, enfatizando en la integración de la misma con la ciencia, la tecnología, la innovación y la cultura.
Su crítica al centralismo es clara: “Mientras desde el poder central no exista una verdadera visión del desarrollo territorial… y se permita que muchos congresistas dividan las regiones del país para convertirlas en feudos electorales, no iremos a ninguna parte”. Es un relato de experiencias que vale la pena examinar. Soñemos, pues de lo contrario perdemos la esperanza, y ello equivaldría a estar muertos.