El último día de 1999, Charles Krauthammer publicó una columna en The Washington Post refiriéndose a quien él consideraba el personaje del siglo XX. He repetido el título de ese escrito para nombrar estas breves palabras sobre el líder más importante y fundamental que nos regaló el siglo pasado, un estadista sin cuyo concurso nuestra realidad sería diferente, seguramente peor, a la que tenemos la fortuna de vivir. En estos tiempos de dudosa seriedad, de palabrería insulsa y bravuconería infantil, se echan de menos estadistas francos, instruidos, pero sobre todo comprometidos con las causas que identifican a sus pueblos. Cuánta falta nos hace seguir, así fuese parcialmente, el ejemplo de Winston Churchill.

Churchill no estaba libre de defectos, algunos imperdonables bajo la lupa de nuestra actualidad. Se opuso fieramente, como era obvio, a la independencia de la India, no escatimó improperios contra Gandhi, defendió la unión del Imperio Británico con algunos tintes racistas y no pretendía disimular su afición por la bebida, la buena comida y el tabaco. Hoy una persona así sería criticada con alevosía, sus propuestas se hundirían en el fango del juicio rápido e inconsecuente y su imagen estaría por el piso. Este siglo lo derrotaría.

Sin embargo, en el momento crucial, cuando el destino de la civilización occidental estaba en juego, cuando se requería decisión, valentía y convocatoria, Churchill plantó cara a la aplanadora Nazi y defendió a su país, y de paso a todos nosotros, evitando que siguiéramos un camino que nos conduciría a una debacle y que pudo haber dejado daños irreversibles. No es errado considerar que a Churchill, a su terquedad y arrojo, le debemos el mundo que actualmente tenemos, un mundo que podrá ser defectuoso, claro, pero que mejora por mucho las perspectivas que ofrecía el eje nacionalsocialista.

Krauthammer, en el artículo que mencioné, valoró otro candidato al título de personaje del siglo XX, Albert Einstein. No faltaron las voces escandalizadas que le reclamaron que un científico merecía ese honor por encima de quien se batió en una guerra espantosa. Pero lo cierto es que tarde o temprano la ciencia iría a plantear las tesis de Einstein, mientras que sin Churchill el mundo como lo conocemos habría terminado. Por eso fue indispensable.

Nuestra época está pidiendo liderazgos más decididos. Habrá que guardar las prudencias que pide la actualidad, sin descuidar las maneras y las formas para atender las complejidades que nos agobian, pero sin titubeos. Marcar un camino, consensuarlo en la medida de lo posible y seguirlo. Nada se logra en el corto plazo, nada se logra por azar. Si bien no estamos ya en tiempos de idolatrías, sí se requieren personas que unan y aglutinen, que convenzan y animen. La división, la duda y el desdén nos están haciendo mucho daño.

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