Una columna de opinión sirve de termómetro para medir la temperatura ciudadana. Es el caso de ‘La Troja y la ley’ de la semana pasada, escrita a propósito de la declaración del Secretario de Cultura JJJ y su descache para defender lo que él cree que es ‘la tradición’.

Correos y mensajes vía WhatsApp dejan ver cómo un sector de la población percibe la aplicación de la ley sobre el respeto por el espacio público y el ruido cuando roza temas lúdicos. Llama la atención el nivel de xenofobia en una urbe fundada por gente de todas partes. Un alto porcentaje de barranquilleros tiene un padre o un abuelo nacido en otro lugar. Eso de extranjeros que “no entienden nuestra cultura”, porque no comparten la anarquía deja ver bajos niveles de educación y tolerancia y no obedece a nuestro sentir original.

Que el Código de Policía es ‘cachaco’ es una de las más solemnes tonterías. Nos hace ver como un pueblo ignorante. Este no es un país confederado, por lo tanto las leyes son nacionales y no regionales, ni departamentales. Es probable que en esa generalidad de las normas todo sea incluido en el mismo saco como la relacionada con el licor y la conducción de vehículos.

Ni qué decir de los defensores de oficio de lo indefendible, con trastocados argumentos históricos y el desconocimiento científico o estadístico del impacto negativo que produce el alto volumen en varias cuadras. Por ejemplo, en el caso concreto de La Troja, muchos propietarios de inmuebles cercanos han tenido que mal vender sus casas porque nunca fueron escuchados por las autoridades. Los que aún residen en el sector siguen sufriendo el viacrucis y médicos de la Clínica de Diagnósticos de la carrera 44 con 72, como el pediatra Libardo Diago, solo pueden atender hasta las dos de la tarde del viernes.

Por este tema decenas de personas han manifestado su descontento debido al ruido de cientos de trojas y trojitas regadas por doquier. Unas vestidas de canchas de fútbol, otras de bares de caché que no previeron el impacto sonoro de sus equipos de sonido y otras más al aire libre, metiéndose sin permiso en los tibios lechos de quienes buscan descansar.

Surge también la necesidad de implementar en los colegios métodos más efectivos de comprensión lectora. La gente lee mal entre líneas lo que cree que afecta su interés y así responde y comenta. Algunas respuestas y comentarios carecen de fundamento, solo defienden la parranda porque sí, e insistimos: viven lejos de esos lugares. Habría que hacer una encuesta entre los vecinos de la Ocho.

Vemos cómo la defensa de la tradición de nuestra identidad cultural es confundida con el desorden y la afectación. Un recordatorio: hasta hace unos años se realizaban las verbenas en barrios, una ‘tradición’ con un negativo impacto en el vecindario. Las verbenas se acabaron y la fiesta siguió. Aclaro: soy un actor activo del carnaval. Participo en todos los eventos públicos, me disfrazo y además soy miembro de la Danza del Congo Grande, la más antigua de esta fiesta extraordinaria que defendemos a capa y espada, pero sin herir al otro.

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