El feminismo occidental nació en el siglo XVII. Aunque desde la Edad Media se manifestaron protestas individuales, apenas hasta la segunda mitad del siglo XIX logró fortalecerse como lucha colectiva. Las mujeres se organizaron para reivindicar su rol en la sociedad, conscientes de la discriminación sexual, la falta de derechos, libertades y oportunidades.

Existieron tres olas feministas.

Primera ola: El objetivo principal de la Revolución Francesa fue alcanzar la igualdad jurídica, derechos políticos y libertades. Los derechos alcanzados en este período beneficiaron únicamente a los hombres. Uno de los referentes feministas de la época fue el texto Vindicación de los Derechos de la Mujer (1792) escrito por Mary Wollstonecraft. En su obra, explica que la herramienta más importante para combatir la subordinación femenina es el acceso a la educación. A pesar de que las mujeres se organizaron y levantaron su voz, todavía no se les aceptaba otra función aparte de ser madres y esposas.

Segunda ola: La figura femenina empezó a tener influencia en el aspecto social y político. Aparecieron los primeros sufragios. En 1848, se aprobó la Declaración de Séneca Falls que reconoció a las mujeres como ciudadanas civiles. En la Primera Guerra Mundial, ellas salieron a trabajar y sostuvieron la economía mientras los hombres se fueron a la guerra. Hacia los años 30, la mayoría de las naciones desarrolladas habían reconocido el derecho al voto femenino y permitido el acceso a la educación superior. En Colombia, las mujeres votaron por primera vez en 1957.

Tercera ola: Se dieron cuenta de que la lucha iba más allá del derecho al voto y la educación. El mayor problema era la estructura social. Se debían modificar patrones, esos que establecen las posiciones jerárquicas, en donde los hombres eran protagonistas.

En 2017 persiste la lucha feminista y aparecen nuevos movimientos. Las mujeres siguen en busca de su dignificación en la sociedad. Sus protestas han sido necesarias y todavía queda un largo camino por recorrer. Sin embargo, se debe promover la sensatez. No es una guerra de sexos. El objetivo, después de adquirir derechos y libertades, es modificar patrones culturales y sociales que permitan avanzar hacia un futuro sin violencia ni discriminación.

El machismo es una realidad que no desaparece. Es un parásito enquistado en la sociedad que destruye el ejercicio de la libertad individual. Condiciona a un sexo en sujeción al otro. Es un orden que construye la idea de la víctima bajo el poder de un victimario. La mujer subyugada al mandato del hombre. Porque si algo han dejado en claro los sectores más radicales del feminismo actual, es que el hecho fortuito de nacer con un órgano sexual masculino hace de su poseedor un maltratador en potencia. El hombre, demonizado por su condición biológica.

Entonces, la lucha feminista del siglo XXI se aleja de su meta: los derechos y la igualdad, para dar lugar a una violencia igual a la que por siglos han ejercido los hombres. Un matiz de odio asoma en los feminismos radicales. Las hembras contra los machos en una lucha perversa donde pierden ambos. Christina Hoff Sommers, teórica del feminismo contemporáneo, ha centrado su discurso en recordar que el feminismo no es victimizarse, que la lucha no es contra los hombres, que la violencia es consecuencia de la ignorancia y de los patrones sociales, no del azar de tener pene.