Podríamos suponer que Ru-486 es un nuevo y mortífero elemento de guerra, un poderoso y superdotado avión de las fuerzas norteamericanas, destacadas en los países de la Otan, o un fabuloso helicóptero blindado y computarizado o un nuevo misil intercon-tinental con cabeza nuclear.

No, se trata nada más y nada menos que de la nueva droga instantánea para el aborto. Y no propiamente para evitarlo sino para producirlo.

La mágica píldora se toma con medio vaso de agua y ya está. Sin traumas quirúrgicos, sin espasmos musculares, sin derramamiento de sangre y sin dolor alguno, se realiza el más moderno y silencioso de los asesinatos técnicos. El mortífero invento, al igual que el descubrimiento de la desintegración atómica, deja una puerta abierta, pero cierra otra.

Se abre aquella que deja el paso expedito para liberar a la futura madre del temor a las funestas consecuencias que sobrevienen después de los abortos, tales como la perforación y ruptura uterina, el peligro del shock séptico o endotóxico, la secuela de la esterilidad, las ulteriores infecciones e incluso la muerte, toda vez que esos episodios son protagonizados por personal no ético, poco capacitado, a veces paramédico, que generalmente operan en las sombras, en donde la ciencia se confunde con la delincuencia.

La madre, obra perfecta del Creador, ha sido vulnerada con el uso de la píldora que cierra para ella la puerta del Paraíso.

¿Será posible evitar que una madre de bajos recursos económicos y escasa cultura tome la píldora para anular una vida ya concebida, antes que prevenir su concepción por los métodos tradicionales? Y no por la facilidad con que una madre puede desembarazarse de un embrión al tomar la píldora, daría los resultados apetecidos por aquellos gobiernos empeñados en limitar los nacimientos. Por el contrario, abrirá la puerta de una nueva era de libertinaje sin barreras morales, que despejará el camino de la fornicación sin cautela.

El aborto es, sin duda, un acto “inhumano” que realizado por “hombres” cierra toda esperanza de creer que por fin habremos construido un mundo mejor y más humano.

Al privar a un ser ya formado, latente y vivo, del derecho a la existencia, es encontrar la puerta cerrada que nos hace desandar más de cien millones de años de evolución de la especie humana, si es que habríamos evolucionado.

Y es que después de ese recorrido encontraríamos a nuestras primeras madres en el mismo nivel de las mulas, único ser de la creación dotado del inexplicable instinto de matar a sus propios hijos al momento de nacer.