Se fue Óscar Fernández González. Era el ‘patriarca’, como solíamos decirle más en serio que en broma sus compañeros de algunas de las innumerables y diversas actividades y fundaciones sociales a las que se dedicaba de tiempo completo, con una desbordante y abrumadora generosidad que sobrepasaba siempre –en horas y recursos– a quienes estaban a su lado.
Vanguardista a morir desde antes de que esa palabra se pusiera en boga en nuestro patio, Óscar marcó una época en Barranquilla. Su estilo de vida de servicio a la comunidad fue incomparable. Ni siquiera la palabra lobby se conocía aquí cuando se volvió un experto en conseguir beneficios gratuitos a favor de los más necesitados.
El servicio público sin retribuciones era su fuerte, aunque se hubiese graduado de una profesión relacionada con la administración de asuntos del campo en Costa Rica, y se dedicara por mucho tiempo a prósperos negocios familiares durante varios años. Su grado profesional era relacionado con la tierra, con lo agrícola, tanto que fungió de algodonero en el Cesar, pero su ejercicio verdadero fue el de mecenas profesional, logrando con sus incontables contactos sociales ayudas para ancianos, niños y desvalidos. ¿Era un asistencialista? Sí, ¿y qué? Logró con esa actitud ayudar gente en cantidad, producir alegrías y darle numerosos reconocimientos y homenajes a personajes y a seres anónimos que lo merecían.
Entre sus múltiples actividades están la creación de la Gran Parada de Carnaval, la presidencia de esa misma organización, la presidencia de la Danza del Congo Grande, el estatus de Senador de la Cámara Junior, su activísima participación en el Club Rotario del cual también fue presidente, el apoyo a la Iglesia Inmaculada y al Asilo San Antonio, las Damas Rosadas y la entrega total, de alma vida y sombrero, a la presidencia de la Fundación Asobiffi La Salle.
Fue un gentleman, que con carácter no aceptaba un ‘no’ como respuesta ante una idea o un proyecto de servicio en las diferentes actividades a las que se dedicaba como gran convocante.
La Danza del Congo Grande, en la cual presidía la junta directiva, recibió de él siempre el apoyo incondicional, y logró en los recientes años darle mayor prestancia a esa agrupación. El año pasado fue homenajeado de tal forma que comentó entre los amigos que este había sido uno de los mayores que hubiese recibido en su vida: abrir el desfile por su incansable trabajo con los grupos folclóricos.
Por su buen nombre, buen recibo en todas partes y aspecto de galán, decenas de grupos políticos lo hubiesen querido tener en sus filas como un magnífico producto electoral, fácil de vender al pueblo, pero siempre fue reaccionario a esa actividad. Prefirió el agradecimiento de las personas a quienes tendió la mano, y por medio suyo las manos de cientos de barranquilleros que él mismo hizo que se graduaran de mecenas en esas actividades que se inventaba para que otra gente fuese feliz. Desde ayer Óscar Fernández estará en otra parte ejerciendo su profesión pura, sencilla y verdadera: la generosidad.