Para entender el tema y el ritmo característico de Llámame por tu nombre, hay que empezar por conocer al escritor en cuya obra se basa la película. André Aciman es un judío egipcio nacido en 1951 en Alejandría, a cuya familia se le negó derecho a la ciudadanía.

A pesar de que todos los “extranjeros” fueron expulsados durante el régimen de Gamal Abdel Nasser, los Aciman permanecieron en Alejandría hasta 1965 cuando se ven forzados a viajar a Italia por la persecución. Sus memorias, relatadas en Out of Egypt (1995), así como la mayoría de su escritos, están impregnados de la sensibilidad y el estoicismo que el director Luca Guanagdino logra captar con destreza en este filme que ha acaparado innumerables nominaciones y premios.

Guanagdino ya nos sorprendió con dos maravillosas producciones: Yo soy el amor (2009) y Cegados por el sol (2015). En Llámame por tu nombre, donde se reconoce su estilo propio, vuelve sobre el tema del amor, en este caso concentrado en el despertar sexual de un adolescente durante unas vacaciones de verano en el norte de Italia.

La cinta se desarrolla en 1983 cuando Elio Perlman (Timothée Chalamet), un joven italiano-americano de 17 años pasa una temporada en la casa campestre de su familia construida en el siglo XVII. Allí aprovecha del ambiente propicio para dedicarse a transcribir y practicar música clásica, y tener sus encuentros con Marzia (Esther Garrel).

En la casa lo acompañan su padre, el Profesor Perlman (Michael Stuhlbarg), experto en cultura greco-romana y Annella (Amira Casar), su madre, una traductora oficial, que reflejan un ambiente de alta sofisticación intelectual, apertura y comprensión.

Pero la llegada de Oliver (Armie Hammer), un estadounidense que realiza estudios de posgrado y viene a ayudar al Profesor, trastorna la pacifica experiencia de Elio, provocando sensaciones antes desconocidas para él.

El filme se toma el tiempo necesario para que el erotismo y el romanticismo se desarrollen, con las dudas e inhibiciones que la situación implica; y quien no tiene la sensibilidad necesaria para captar esos momentos en que lo simple se transforma en sublime, como cuando se lee una página de Virginia Woolf, puede considerar que la película es lenta o que habría que haberle editado ciertos pedazos.

Pero es precisamente ese prolongado preámbulo que ofrece el director lo que nos permite meternos en la piel de Elio, y compenetrarnos con ese grandioso y noble final para el cual las dos horas previas nos vienen preparando.

Guanagdino es un experto en explorar la estética de los paisajes, el misticismo del arte y la sublimación del erotismo. Sin necesidad de escenas explícitas, nos hace sentir el fervor de una mirada o la electricidad de un roce, ofreciendo una verdadera historia de amor que puede aplicarse a cualquier género, a cualquier edad y a cualquier localidad.