El asesinato de Óscar Pérez y de quienes lo acompañaban, sin fórmula de juicio, con violación flagrante de los derechos humanos y –como siempre– engañando a la opinión, ocultando los cuerpos y las pruebas, no es diferente a la suerte de otros opositores silenciados por sus opiniones divergentes y que no comulgan con el régimen de violencia y tiranía que se ha impuesto en el vecino país. Me da temor una asamblea constituyente, también de mentiras y de bolsillo, presta a atender cualquier solicitud del régimen desde una reforma a la constitución hasta una medida policiva. Y me dan desconfianza unos diálogos faltos de sinceridad y calculados.

Me preocupa y me entristece ver personas convertidas en cuatreros, acudiendo a todo para conseguir alimentos y artículos de primera necesidad. La gente en Venezuela se está muriendo de hambre. Y para recibir mendrugos tiene que jurar lealtad a ese régimen responsable del desabastecimiento y la hambruna. Una economía que decrece a tasas del 8%, donde más del 80% vive en la pobreza y donde menos del 10% come tres veces al día. Cómo funciona una economía con una inflación del 2.600% en donde se ha destruido el aparato productivo. Un país en donde se ha instalado una corrupción desbordada que a su turno alimenta y sostiene el régimen de Maduro.

Este régimen llegó al poder argumentando una crisis ética y de corrupción en sus partidos políticos y en sus instituciones. Enarbolando la bandera del cambio, del progreso y de la honestidad se apropiaron de los descontentos para legitimar un movimiento populista con discurso, pero sin propuestas y liderado por personas codiciosas y ávidas de poder responsables de la crisis actual.

Y pensar que en Colombia todavía amplios sectores no han comprendido que ese cáncer del populismo que agobia a Venezuela puede hacer metástasis en nuestro país. La receta está escrita: deslegitimarlo todo, criticar lo que se hace y lo que no se hace, desprestigiar a una clase dirigente, sembrar el odio y la desesperanza para luego surgir como mesías salvadores con promesas populistas pero irrealizables.

Le he propuesto al país de mucho tiempo atrás cambios profundos que nos permitan mejorar la calidad de nuestras instituciones, comenzando por la justicia. Una completa y robusta propuesta para luchar contra la corrupción, quizás el peor de los males que ataca a nuestro país. Una propuesta que fortalece nuestro estado de derecho, afianza la seguridad jurídica, apunta a que solo los mejores puedan administrar justicia y a que se sancione el delito con oportunidad y contundencia.

Nuestras instituciones están lejos de ser perfectas, pero no podemos acudir al expediente de destruirlas con la promesa de mejorarlas. Eso es lo que ha hecho Venezuela, sepultar su democracia, su pluralismo, las libertades de sus ciudadanos y sus esperanzas, todo para luchar contra una dirigencia política y económica que fue incapaz de preservar lo bueno, la riqueza, el capital humano de esa gran nación.

Tengo claro que ese no es el camino, pero también albergo el temor de que muchos colombianos puedan caer seducidos por esos cantos de sirena. El antídoto lo tenemos a la mano, basta con echar un vistazo a esta tragedia del vecino país, a la cual tenemos que responder con solidaridad, y en la medida de nuestras posibilidades, para entender lo que puede llegar a ocurrirnos si no actuamos con decisión para derrotar en democracia a quienes pretenden imponernos un modelo fracasado y que nos condenaría a un régimen de represión y pobreza por años.

Me preocupa la Venezuela de Maduro. Me preocupa Colombia.