Una escanografía de la realidad de los políticos colombianos es el desfile desvergonzado que hacen en las celebraciones multitudinarias de algunas ciudades, como son el caso de la Virgen de los Remedios y el Carnaval de Barranquilla. Este viernes dos de febrero se amontonaron alrededor de la “Vieja Mello”, como llaman los riohacheros a su patrona, en cuya conmemoración montan una verdadera parranda donde no falta el friche de chivo y el salpicón de toyo, que me permito dudar sean platos exquisitos para los agarra votos de todos los rincones del país, que allí estaban estirando pescuezo para alcanzar a salir en las fotos panorámicas de la estatua llevada en andas por sus fieles devotos.

De verdad hay que tener mucho coraje y ni una pisca de sindéresis política para que muchos ateos confesos acudan a una fiesta religiosa, y para más Inri, en un pueblo que ha sufrido los estragos más penosos de la politiquería y el desmaño administrativo de muchos gobiernos nacionales desde hace más de tres décadas, cuyos acompañantes en el Congreso nunca han dado una explicación y se mantienen distantes sin que se les mueva un pelo, cuando se elevan voces desde la sociedad civil denunciando como responsables de esa tragedia a sus copartidarios locales y a ellos mismos. Otros, lo han vuelto costumbre anual para insuflarle a los electores la idea de que su devoción a la virgen va más allá de cualquier interés electoral, lo cual no se lo creen ni ellos mismos, por más que hagan arribos discretos para corroborar su desinterés por las urnas.

Sucede lo mismo en nuestro Carnaval: los palcos gubernamentales se abarrotan de candidatos presidenciales y sus huestes electoras locales, casi nunca falta el presidente actuante y su cohorte de ministros y directores de institutos nacionales, por lo que se transforman en retenes del desfile, porque los danzantes se obnubilan ante el poder y creen que si le bailan a esos funcionarios es posible obtener un Congo de Oro, cuando muchas veces pasan por la tribuna de jurados corriendo, en pelotón, desordenados y desperdigados, como consecuencia de la necesidad de suplir los tiempos y horarios que por razones económicas han tenido que dar gran espacio a los horrendos camiones de los grandes medios, ‘tuquios’ de insolados, desmelenados y ‘chapetos’ artistas del jet set nacional, sin disfraz.

Muchos de estos representantes del voto popular con credencial vigente o que habiéndola perdido regresan en su busca en las fiestas populares, se han ‘sabaleado’ de antiguos partidos y grupos políticos o se han descolgado de acuerdos interpartidistas muy recientes, sin la menor señal de respeto por sí mismos y la palabra dada, como si los votantes no tuviéramos capacidad para darnos cuenta de sus volteretas y componendas. Y hasta razón llevan porque la mayoría de ellos no sabe hacerlo de otra forma y, sobre todo, porque el grueso de los votos proviene de una operación de compra-venta.

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